La Madre de Dios de la Misericordia, aunque es venerada en la Iglesia bajo esta advocación desde hace mucho tiempo, cabe decir que la literatura teológica sobre este tema es extremadamente escasa. La Madre de Dios de la Misericordia es ante todo quien dio el Hijo de Dios al mundo, la Misericordia encarnada, y nos lo sigue dando, para conducir a todos los creyentes a Jesús. El Santo Padre Juan Pablo II, en su encíclica «Dives in misericordia”, nos ha dejado la justificación más completa de este título de María. En dicho documento, el Papa dice que María fue la primera en experimentar de una manera única la misericordia de Dios, al ser preservada del pecado original y dotada con la plenitud de la gracia, para convertirse en la Madre del Hijo de Dios. En el momento de la Anunciación, Ella consintió en ser la Madre de Dios, expresando el asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación; luego, en Belén, dio a luz al Hijo de Dios y durante toda su vida participó en la revelación, a través del Hijo, del misterio de la misericordia de Dios, hasta llegar al sacrificio que ofreció al pie de la Cruz. Por eso María es aquella que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina, pues sabe su precio y sabe cuán alto es (DM 9).
También Ella es quien anuncia el amor misericordioso de Dios de generación en generación, a partir del día en que cantó el himno de alabanza «Magníficat», al llegar al umbral de la casa de su prima Isabel, y así sigue conduciendo a las personas a las fuentes de la misericordia del Salvador. El Amor misericordioso de Dios en la historia de la Iglesia y del mundo sigue manifestándose en Ella y por Ella, como nos dice también Juan Pablo II: Tal revelación es especialmente fructuosa, porque se funda, por parte de la Madre de Dios, sobre el tacto singular de su corazón materno, sobre su sensibilidad particular, sobre su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre (DM 9).
María es la Madre de la Misericordia, también porque por su intercesión se derrama sobre el mundo la misericordia de Dios en forma de toda una diversidad de las gracias. Su maternidad a favor de todos los hombres se ha mantenido sin cesar – como señaló el Concilio Vaticano II: Pues una vez recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado, hasta que sean llevados a la patria feliz (CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA LUMEN GENTIUM SOBRE LA IGLESIA).
A María se la llama Madre de Misericordia, Madre de Dios de la Misericordia, Madre de la Divina Misericordia, o Madre misericordiosa, y cada uno de estos títulos – escribe el Papa Juan Pablo II – tiene un significado profundamente teológico. Estos títulos y advocaciones diversas que atribuimos a la Madre de Dios nos hablan no obstante de ella, por encima de todo, como Madre del Crucificado y del Resucitado; como de aquella que, habiendo experimentado la misericordia de modo excepcional, « merece » de igual manera tal misericordia a lo largo de toda su vida terrena en particular a los pies de la cruz de su Hijo (DM 9). María proclama y la alcanza la misericordia para el mundo entero.