La devoción a la Virgen María se remonta al siglo II del cristianismo, pero fue en la Edad Media cuando tuvo su mayor desarrollo y crecimiento. A María se la veneraba como Madre de Dios, pero también como Reina y Madre de estados, naciones, ciudades, órdenes religiosas, y otras organizaciones tanto religiosas como seculares, así como también se le rendía culto como Madre de todo ser humano. La verdad sobre la misericordia de María se empezó a desarrollar, primero en Oriente; dicha verdad fue aceptada más tarde también en la Iglesia de Occidente, que poco a poco la fue profundizando, hasta darle su propia forma, tal como se puede ver en el culto y en la iconografía. A finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX la idea de Mater Misericordiae sufre un cierto declive; pero, ahora, en nuestros tiempos, junto con el desarrollo de la devoción a la Divina Misericordia, crece también la devoción a Nuestra Señora, Madre de Misericordia; al mismo tiempo, se observa una profundización de la reflexión teológica asociada a esta advocación de María, cuya más clara manifestación es la encíclica de Juan Pablo II «Dives in misericordia». También cabe destacar la numerosa cantidad de tesinas escritas en las facultades teológicas dedicadas a esta materia.