Obras de misericordia. Este es el ayuno que Dios desea. Lo demuestra, entre otros, el siguiente acontecimiento de la vida de santa Sor Faustina.
El médico no me permitió ir a la Pasión a la capilla, a pesar de que lo deseaba ardientemente; pero he rezado en mi propia habitación. Entonces oí el timbre en la habitación contigua, y entré y atendí a un enfermo grave. Al regresar a mi habitación aislada, de pronto he visto al Señor Jesús que me ha dicho: Hija Mía, Me has dado una alegría más grande haciéndome este favor que si hubieras rezado mucho tiempo. Contesté: Si no Te he atendido a Ti, oh Jesús mío, sino a este enfermo. Y el Señor me contestó: Sí, hija Mía, cualquier cosa que haces al prójimo Me haces a Mí (“Diario” 1029).
Jesús enseña a santa Faustina, y por lo mismo lo enseña a nosotros también, que hay tres formas de hacer el bien al prójimo: acción, palabra y oración. Jesús dijo: En estas tres formas está contenida la plenitud de la misericordia y es el testimonio irrefutable del amor hacia Mí. De este modo el alma alaba y adora Mi misericordia (“Diario” 742). Pidió que se ejerciera cada día por lo menos una obra de misericordia a los prójimos por Su amor. Esta es la única riqueza del mundo que tiene valor eterno. Nos hace hermosos en nuestra humanidad y vocación cristiana, y nos enriquece ante el rostro del Señor.