Mis recuerdos de santa Faustina q.e.p.d
Hay verdades de la fe que, por un lado nos resultan familiares y a menudo se habla de ellas, pero que en el fondo ni las comprendemos ni las vivimos. Así fue como ocurrió conmigo en lo que se refiere a la Misericordia de Dios: tantas veces había meditado sobre esta verdad, especialmente durante mis retiros. Tantas veces hablé de ella en las homilías que daba, muchas veces la mencionaba en repetidas oraciones litúrgicas, pero no penetraba en su contenido ni en la importancia que tiene para la vida espiritual; en particular, algo que no alcanzaba comprender era que la misericordia de Dios fuera el mayor atributo del Creador, Redentor y Santificador de las almas, y por el momento ni siquiera estaba de acuerdo con ello. Tuve que conocer a esta alma tan simple y piadosa, tan estrechamente unida a Dios, para que me hablara, por inspiración divina, de este gran misterio, con lo que consiguió que me dedicara a llevar a cabo detenidos estudios y a reflexionar sobre este tema. Sor Faustina (Helena) Kowalska q.e.p.d, de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia fue la persona que poco a poco logró que hoy pueda decir decididamente que creo de verdad en el culto de la Divina Misericordia, y en particular en la necesidad de instituir la Fiesta de la Divina Misericordia, el primer domingo después de Pascua, como uno de los principales objetivos de mi vida.
Conocí a Sor Faustina en el verano (julio o agosto), puesto que como confesor de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, la tuve como penitente en Vilna (calle Senatorska, 25). Me llamó la atención por la sutileza de su conciencia y por su estrecha unión con Dios: por lo general, no había materia de absolución, puesto que nunca había ofendido a Dios con ningún pecado grave. Ya al principio me dijo que me conocía desde hacía tiempo, por una visión que había tenido, y que yo debía ser su director espiritual y hacer realidad unos planes de Dios, que ella me diría en el futuro una vez le fueran revelados. Desdeñé su relato, y decidí someterla a una cierta prueba, lo cual provocó que, con el permiso de la Madre Superiora, Sor Faustina comenzara a buscar a otro confesor. Después de algún tiempo, volvió a mí y me dijo que podía soportar todo lo que fuera necesario, pero que ya no trataría más rehuirme. No puedo repetir aquí, o mejor dicho, revelar todos los detalles de nuestra conversación, aunque en parte el Diario que escribió por encargo mío los incluye, pues más tarde le pedí que no revelara las experiencias tenidas durante la confesión.
Al ir conociendo más de cerca a Sor Faustina, constaté que los dones del Espíritu Santo estaban ocultos en ella, pero que en ciertos momentos se manifestaban, quedando al descubierto, proporcionándole en parte una intuición que avivaba su alma, y que provocaba en ella arrebatos de amor para hacer actos heroicos de sacrificio y de abnegación. En particular, los dones que aparecía con más frecuencia eran los dones de ciencia, inteligencia y sabiduría, que permitían a Sor Faustina ver claramente la nada de las cosas terrenas, y la importancia del sufrimiento y de la humillación; así, iba conociendo con simplicidad los atributos de Dios, y sobre todo, su infinita misericordia; otras veces, se quedaba contemplando una luz inaccesible y beatífica, permaneciendo durante algún tiempo absorta en esta insondable luz, con la mirada fija, hasta que un día, de en medio de esta luz apareció la figura de Cristo caminando y con la mano derecha levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre el pecho. De la abertura de la túnica en el pecho, alrededor del Corazón, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro, pálido. Sor Faustina solía tener tales visiones, unas sensoriales y otras mentales, y las tuvo durante varios años; también tenía palabras interiores de carácter sobrenatural, que le llegaban por medio del sentido del oído, por la imaginación y por la razón.
Temiendo que Sor Faustina pudiera tener una ilusión, alguna alucinación o ciertos delirios, le pregunté cosas sobre ella a la Madre Superiora, la Madre Irene, para informarme bien de quién era la hermana Faustina, cuál era la opinión que tenían de ella en la Congregación las monjas y las superiores; también pedí que se le hiciera un examen médico para examinar su salud mental y física. Después de recibir una respuesta favorable sobre ella en todos los sentidos, seguí manteniendo, durante algún tiempo, una actitud de espera, porqué en parte no me la acababa de creer, pero también seguía considerando todo aquel asunto, lo rezaba y examinaba; también pedí consejo para saber qué hacer, asesorándome con un cierto número de sacerdotes eminentes e ilustrados, naturalmente sin revelar de quien se trataba y sobre qué iba el asunto. Se trataba de llevar a cabo las repetidas supuestas peticiones de Jesús, hacer pintar la imagen de la Misericordia y procurar la institución de la Fiesta de la Divina Misericordia en el primer domingo después de Pascua. Por último, más llevado por la curiosidad de saber cómo sería la imagen que por la fe en la autenticidad de las visiones de Sor Faustina, me propuse proceder para hacer pintar la imagen de Jesús Misecordioso. Así pues, me puse de acuerdo con un artista-pintor que vivía conmigo en la misma casa, Eugenio Kazimierowski, quien, habiéndole pagado un cierto importe, aceptó pintar el cuadro. Luego, la Madre Superiora, permitió a Sor Faustina salir dos veces por semana del convento para ir a encontrarse con el pintor, e indicarle cómo debía ser la imagen.
El trabajo duró varios meses, y finalmente, en junio o julio de 1934, el cuadro ya estaba listo. Sor Faustina, al verlo se quejó porque la imagen no era tan bonita como ella la solía ver en las visiones que tenía, pero Jesús la tranquilizó y le dijo que bastaba como había quedado y añadió: Ofrezco a los hombres un recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese recipiente es esta imagen con la inscripción: Jesús, en Ti confío. (Diario 327). De momento, Sor Faustina no era capaz de explicarse lo que significaban aquellos rayos, pero luego Jesús se lo esclareció en la oración: Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas. Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza. Estos rayos protegen a las almas de la indignación de Mi Padre. Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzara la justa mano de Dios. Deseo que el primer domingo después de la Pascua de Resurrección sea la Fiesta de la Misericordia. Prometo que el alma que venera esta imagen no perecerá. La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia. Antes de venir como el Juez Justo, vengo como el Rey de la Misericordia. Antes de que llegue el día de la justicia, les será dado a los hombres este signo en el cielo…etc.
Esta imagen tenía nuevos contenidos, y por lo tanto no podía ser colgada en la iglesia sin el permiso del Arzobispo, pero me daba vergüenza pedírselo, mucho más si debía explicarle el origen de la imagen. Es por eso que lo puse en un pasillo oscuro junto a la iglesia de san Miguel (en el monasterio de las Hermanas Bernardinas), donde justo entonces yo había sido nombrado rector. Sor Faustina ya me había precavido acerca de las dificultades que habría que afrontar para que el cuadro pudiese permanecer en esta iglesia, tal como lo había predicho con toda exactitud, y efectiva- mente los acontecimientos no tardaron en llegar y se fueron produciendo con una rapidez sorprendente. Sor Faustina me había solicitado que pusiera la imagen en la iglesia a toda costa, pero yo no me apresuré en absoluto en hacerlo; finalmente, en la Semana Santa de 1935, me dijo que el Señor Jesús insistía en que expusiera la imagen durante tres días en el Santuario de Ostra Brama, donde se iba a celebrar un Tridium al final del Jubileo de la Redención, justamente el día de la Fiesta prevista, en el domingo Blanco, es decir, el segundo después de pascua. Al poco tiempo me informaron sobre aquel Tridium, que iba a presidir el padre rector del Santuario, el Canónigo Zawadzki, quien me pidió que predicara la homilía. Acepté con la condición de que colocara la imagen de la Misericordia como decoración en la ventana del pórtico, donde tendría una apariencia imponente y efectivamente así fue: llamaba la atención de todos los asistentes, incluso más que la imagen de la Virgen de Ostro Bramai.
Después de la solemnidad, la imagen [de Jesús Misericordioso] se volvió a colocar en su sitio anterior, en un lugar escondido y permaneció allí durante dos años más. No fue hasta el 1 de abril de 1937 cuando me atreví a preguntar a Su Excelencia el arzobispo de Vilna sobre la posibilidad de exponerla en la iglesia de san Miguel, donde entonces yo era rector. Su Excelencia el Arzobispo me dijo que no quería decidirlo sólo, por sí mismo, y me dijo que encargaría a una comisión organizada por el Canciller de la Curia Metropolitana, el padre Adán Sawicki, el examen de la imagen para que un grupo de sacerdotes la analizaran detenidamente. Así las cosas, el día 2 de abril de 1937 hizo colgar la imagen en la sacristía de la iglesia de san Miguel, pero él no sabía a qué hora iba a ser observada por la comisión. Yo, al estar en el Seminario y en la Universidad con mis ocupaciones, no pude estar presente durante la visualización de la imagen y me quedé sin saber quién formaba parte de la comisión. El día 3 de abril de 1937, su Excelencia, el arzobispo de Vilna, me dijo que ya tenía información detallada y suficiente sobre la imagen y que por lo tanto permitía que fuera consagrada y expuesta públicamente en la iglesia, siempre y cuando no fuera instalada en el altar principal y, claro está, sin explicar a nadie los orígenes de la imagen. La imagen fue consagrada pues aquel día, y colgada cerca del altar mayor, por el lado destinado a la lekcja (lección)1, desde donde fue trasladado varias veces a la iglesia de san Francisco (ex convento de los Bernardinos) para ser llevado en uno de los pasos de la procesión del Corpus Christi. Más tarde, las Hermanas Bernardinas, el 28 de diciembre de 1940, lo mudaron a otro lugar, y en aquella ocasión la imagen fue dañada ligeramente; luego, en 1942, cuando las hermanas fueron arrestadas por las autoridades alemanas, la imagen volvió a su antiguo lugar junto al altar mayor, donde permanece hasta el día de hoy, venerada con gran reverencia y devoción por los fieles, y rodeada de numerosos votos. Pasados unos días desde la celebración del Tridium, Sor Faustina me contó sus vivencias durante aquella solemnidad, tal y como lo dejó escrito en su Diario. A continuación, el 12 de mayo, vio en espíritu, al mariscal José Pilsudski moribundo, y me habló acerca de los terribles sufrimientos que padecía. Jesús se lo quiso mostrar y le dijo: Mira y fíjate cómo termina la grandeza de este mundo. Vio entonces el juicio sobre él, y una vez terminado, yo le pregunté sobre cuál había sido la sentencia: Parece que la misericordia de Dios, por intercesión de la Virgen María, había vencido. Pronto comencé a tener las grandes dificultades anunciadas por Sor Faustina (debido a mi estancia en la iglesia de san Miguel), que seguían intensificándose, y que finalmente alcanzaron la cumbre en enero de 1936. No hablaba con nadie acerca de esas dificultades, pero en el día más crítico pedí a Sor Faustina que rezara por ello.
Para mi gran sorpresa, en aquel mismo día, todas las dificultades desaparecieron como si de una burbuja de jabón se tratara. Sor Faustina me dijo que había asumido sobre sí mi sufrimiento, y que aquel día había sufrido más de lo que nunca antes había sufrido en toda su vida. Cuando más tarde en la capilla le pidió al Señor que la ayudara, oyó estas palabras: Tú misma has querido sufrir por él, y ¿ahora te estremeces? Sólo he permitido que sufrieras una parte de sus sufrimientos. Entonces me relató con toda precisión la causa de mis dificultades, tal como al parecer le había sido comunicado de forma sobrenatural. La precisión con la que me lo contó todo fue muy llamativa para mí, sobre todo porque sabía que ella no podía conocer los detalles de la cuestión. Hubo varios incidentes similares a éste.
A mediados de abril de 1936 Sor Faustina, por resolución de la Madre Superiora General, fue trasladada a Walendów, y luego a Cracovia; Yo me quedé reflexionando seriamente sobre la idea de la misericordia de Dios y comencé a buscar, en los escritos de los Padres de la Iglesia, la confirmación que precisaba para ver la Misericordia como el mayor atributo de Dios, tal como me había dicho Sor Faustina, pues yo no había podido encontrar nada al respeto en los escritos de teólogos más contemporáneos. Con gran alegría me encontré con una expresión similar en san Fulgencio, en san Ildefonso, y sobre todo en Santo Tomás y en san Agustín; éste último, al comentar los Salmos, se extiende ampliamente alrededor de la misericordia de Dios, como el mayor atributo de Dios. Entonces ya no tenía más dudas sobre el carácter sobrenatural de las revelaciones de santa Faustina y empecé a publicar, de vez en cuando, artículos sobre la Misericordia de Dios en revistas teológicas, lo que justificaba desde de un punto de vista racional; también escribía sobre la necesidad de instituir la Fiesta litúrgica de la Divina Misericordia el domingo después de Pascua, y en junio de 1936 publiqué en Vilna el primer folleto «La misericordia de Dios» con la imagen de Jesús Misericordioso en la portada. Luego mandé esta primera publicación a los obispos reunidos en la Conferencia Episcopal en Czestochowa, pero no recibí de ninguno de ellos respuesta alguna. En 1947, publiqué en Poznan otro folleto llamado «La misericordia de Dios en la liturgia,» cuyas reseñas aparecieron en varias revistas teológicas, y eran en general muy favorables. Envié también algunos artículos a los periódicos de Vilna, pero nunca revelé que Sor Faustina había sido la „fuerza motriz” de la causa.
En agosto de 1937 visité a Sor Faustina en Łagiewniki y encontré en su Diario la Novena de la Divina Misericordia, que me agradó muchísimo. Cuando le pregunté sobre el origen de aquella oración, me respondió que se la había dictado Jesús mismo. El Señor ya antes le había enseñado la Coronilla de la Misericordia y otras oraciones que me propuse publicar. Sobre la base de ciertas expresiones contenidas en dichas oraciones, compuse las Leta- nías a la Divina Misericordia, que junto con la Coronilla y la Novena entregué al padre Cebulski (Cracovia, calle Szewska 22), con el fin de obtener el «imprimátur” de la Curia de Cracovia e imprimirlas con la imagen de la Divina Misericordia en la portada. La Curia de Cracovia otorgó el «imprimátur» N 671 y en octubre apareció en las estanterías de la librería la Novena de la Misericordia, publicada junto con la Coronilla y las Letanías. En 1939 me hice traer una serie de estas estampas y la Novena a Vilna, y después de estallar la guerra, cuando las tropas soviéticas entraron en Vilna (el 19 de septiembre de 1939), le pedí al arzobispo de Vilna la autorización para poder distribuirlas con la información sobre el origen de la Coronilla que había en la estampa, a lo que me concedió su consentimiento oral. Entonces comencé a difundir el culto privado de la imagen y las oraciones que había compuesto Sor Faustina en Cracovia, debidamente aprobadas en Cracovia por la Iglesia. Después de agotarse la tirada que había sido imprimida en Cracovia, me vi forzado a renovar las estampas con las oraciones, copiándolas a máquina, y al ver que no podía dar abasto a la demanda que se presentaba, pedí a la Curia Metropolitana en Vilna la autorización para reproducirlas, añadiendo en la primera página ciertas explicaciones sobre el contenido de la imagen, y las firmas siguientes: el censor, Prelado Leo Zebrowski del 6 de febrero de 1940, y el obispo Kazimierz Michalkiewicz y el notario de la Curia, el padre J. Ostrejki, con fecha 7 de febrero de 1940, número Nr 35.
Cuando Sor Faustina estaba aún en Vilna, dijo que sentía un apremio interior para dejar la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia con el fin de fundar una nueva congregación. Yo consideré este apremio como una tentación y le aconsejé que no lo tratara demasiado en serio. Después de eso, ya desde Cracovia, en sus cartas todavía escribía acerca de este asunto, comunicándome que finalmente había recibido el permiso de su nuevo confesor y de la Superiora General, de palabra, para abandonar la Congregación con la condición de que yo diera mi conformidad. Temía tener que asumir esta responsabilidad y yo respondí que estaría de acuerdo solamente en caso de que el confesor de Cracovia y la Superiora General no sólo le permitieran salir, sino que se lo mandaran bajo obediencia. Sor Faustina nunca recibió esta orden, y por eso se fue calmando, de modo que finalmente permaneció en la Congregación hasta su muerte.
En 1938 llegué a Cracovia para el Congreso de Teología que tenía lugar a medianos de setiembre, y entonces me encontré a Sor Faustina en el hospital de enfermedades contagiosas en Prądnik, ya preparada para morir, habiendo recibido los santos sacramentos. La visité durante la semana y entre otras cosas, hablé con ella sobre la nueva congregación, que ella al principio quería fundar; pero ahora se estaba muriendo, y afirmaba que aquello se trataba sólo de una ilusión, y que tal vez todo lo demás también habría podido ser una ilusión. Sor Faustina prometió hablar de ello con el Señor Jesús en la oración. Al día siguiente celebré la Santa Misa en la intención de Sor Faustina, durante la cual vino a mi mente que, al igual que ella había sido incapaz de pintar aquel cuadro y por eso se había limitado a dar indicaciones sobre cómo debía ser, del mismo modo tampoco habría podido fundar una nueva congregación, y sólo podía enmarcarla dando una cierta orientación e indicaciones al respeto; los apremios que había experimentado en repetidas veces, entonces, significaban la necesidad de fundarla en un futuro próximo. Pero cuando llegué al hospital de nuevo y le pregunté si tenía algo que decir sobre ese tema, me respondió que no tenía necesidad de decir nada más, porque sabía que Jesús ya me había dado una cierta luz durante la Misa al respeto. Luego añadió que yo debía sobre todo tratar de conseguir la institución de la Fiesta de la Divina Misericordia en el primer domingo después de Pascua; en cambio, en cuanto a la nueva congregación me dijo que mejor que no me ocupara demasiado de ello, y que yo iría reconociendo las cosas, y que gracias a ciertas signos que Dios daría, yo sabría quién debería ocuparse de ello; me aseguró que también sabría lo que esta persona debería llevar a cabo; luego me dijo que la homilía que había predicado aquel día por radio no llevaba una intención pura (efectivamente así fue). Principalmente debía encontrar a esa persona, y después me dijo que ella veía como una pequeña capilla de madera, en la cual, una noche recibiría los votos de las primeras seis candidatas para la nueva congregación. Luego me dijo que ya pronto moriría, y que todo lo que tenía que decir o escribir ya lo había hecho y que lo había dispuesto todo como debía. Incluso antes me había descrito el aspecto de la iglesia y del hogar de la primera congregación y se compadeció de la suerte de Polonia, que tanto amaba y por la que tan a menudo rezaba.
Siguiendo el consejo de san Juan de la Cruz, casi siempre escuchaba los relatos de Sor Faustina con indiferencia y sin preguntar por más detalles. También en lo referente a aquel asunto no le pregunté sobre los destinos de Polonia, cuestión que a ella tanto le hacía sufrir. Ella tampoco me lo contó, sólo cubriéndose la cara suspiraba de espanto ante la imagen horrorosa que probablemente había visto. Casi todo lo que había predicho en cuanto a la nueva congregación se ha cumplido. Así fue, por ejemplo, cuando el 16 de noviembre de 1944, en una ceremonia en Vilna, recibí los votos religiosos de las seis primeras candidatas en la capilla de madera de las Hmnas. Carmelitas, o cuando tres años más tarde llegué a la primera casa de esta nueva congregación en Mysliborz y me sorprendió todo por la similitud tan sorprendente que había entre lo que había predicho Sor Faustina y la realidad que tenía ante mis ojos. Ella también predijo con cierto detalle las dificultades que habría e incluso la persecución que yo sufriría en relación con la difusión del culto de la Divina Misericordia y con mi empeño para que se instituyera la Fiesta de la Divina Misericordia el domingo después de pascua (pero me resultó más fácil soportar todas estas dificultades, sabiendo que desde el principio esta había sido la voluntad de Dios). El 26 de septiembre me dijo que moriría 10 días más tarde, y efectivamente así fue: murió el 5 de octubre. Sin embargo, por falta de tiempo no pude llegar al funeral.
¿Qué pensar sobre Sor Faustina y las apariciones que tenía? En cuanto a su temperamento natural era una persona sin una sombra de neurosis o de histeria, pues era una persona completamente equilibrada. La naturalidad y la sencillez caracterizaban sus relaciones con las hermanas de la Congregación, así como con las demás personas. En ella no había nada de artificial o teatralidad alguna, tampoco actuaba nunca forzada ni con el deseo de llamar la atención. Por el contrario, trataba a toda costa de no sobresalir de las demás, así como tampoco hablaba de sus experiencias interiores con nadie, a excepción del confesor y de sus superioras. Su sensibilidad era normal, con total autodominio por lo que no dejaba ver al exterior con facilidad sus diferentes estados de ánimo y emociones. En situaciones de fracaso, nunca sufrió depresión ni momentos de irritación, pues sabía soportarlas con calma y tranquilidad, sometiéndose a la voluntad de Dios dócilmente.
En cuanto a su condición mental, era prudente y tenía buen juicio de las cosas, a pesar de carecer de educación, por lo que tan solo sabía leer y a penas sabía escribir y por eso cometía errores. Daba consejos pertinentes a las personas que convivían con ella, siempre que se lo pedían; yo mismo, para probarla, le presenté ciertas dudas que tenía, y siempre las resolvió con gran acierto. Tenía una rica imaginación, pero sin llegar a ser exaltada. A menudo no podía diferenciar la acción de su imaginación de la acción sobrenatural, especialmente cuando se trataba de recuerdos del pasado. Pero cuando le llamé la atención en este punto, y le pedí que subrayara en su Diario sólo aquello que pudiese jurar, estando segura de que aquello no había sido producto de su imaginación, entonces dejó de lado muchos de sus recuerdos.
En cuanto al aspecto moral, era muy sincera, no exageraba en absoluto ni decía mentiras. Siempre decía la verdad, aunque a veces esto le conllevaba dificultades. En 1934, durante el verano, tuve que ausentarme por unas semanas y Sor Faustina no confió a otros confesores sus experiencias más íntimas. Después, al regresar, me enteré de que ella había quemado su diario en unas circunstancias confusas: Parece ser que un ángel se le apareció y le dijo que echara sus memorias en el horno, diciendo: Nada de eso de lo que escribes tiene sentido, son tonterías que te acarrearán a ti y a los otros un gran problema. ¿Qué provecho sacas de toda esta misericordia? ¿Por qué perder el tiempo para escribir sobre falsas ilusiones y quimeras? Quémalo todo, estarás más tranquila y serás más feliz. Sor Faustina no tenía con quien asesorarse, y al repetirse la visión, hizo lo que el supuesto ángel le había dicho. Después se dio cuenta de que había actuado mal, ella me lo dijo todo y se puso a escribir nuevamente lo que había quemado tal como yo se lo había pedido.
En cuanto a las virtudes sobrenaturales, hacía progresos notables. Aunque desde el principio vi en ella firmes y probadas virtudes como: la pureza, la humildad, el celo, la obediencia, la pobreza y el amor de Dios y al prójimo; también fácilmente se podía constatar su desarrollo gradual y constante; en particular cabe destacar, hacia el final de su vida, la intensificación del amor de Dios, como puso de manifiesto en sus poesías. Hoy ya no recuerdo exactamente el contenido de sus versos, pero lo que sí recuerdo es cómo me maravillaba yo al leerlo, en 1938, sobre todo por su contenido (no por la forma).
En una ocasión vi a Sor Faustina en éxtasis: esto fue el 2 de septiembre de 1938, cuando la visité en el hospital de Prądnik y ya me despedí de ella para irme a Vilna. Me había alejado ya alguno pasos, cuando me acordé que le había traído una docena de copias del librillo con las oraciones a la Divina Misericordia compuestas por ella e impresas en Cracovia (la Novena, las Letanías, y la Coronilla). Volví inmediatamente para dárselo. Cuando abrí la puerta de su celda, la vi sentada completamente inmersa en la oración, casi como flotando por encima de la cama. Mantenía su mirada fija en algún objeto invisible, y tenía las pupilas de los ojos ligeramente extendida; al principio, no se dio cuenta de mi entrada en la habitación, y yo tampoco quería molestarla y quise retirarme: pero muy pronto ella volvió en sí, se percató de que yo estaba allí y me pidió disculpas por no haber oído como llamaba a la puerta ni de que había entrado. Le di los librillos con las oraciones y me despedía de ella cuando entonces me dijo: ¡Nos veremos en el cielo! Cuando, posteriormente, el 26 de septiembre la visité por última vez en Łagiewniki, ya no quería hablar conmigo, y mejor dicho, quizás ya no podía, puesto que dijo: Estoy ocupada con mi Padre Celestial. Realmente daba la impresión de ser una criatura celestial. Entonces yo no tenía ya la menor duda de que era verdad aquello que dejo escrito en su Diario acerca de una ocasión, cuando estaba en el hospital y pudo comulgar porque un ángel le había traído la Sagrada Comunión.
En cuanto al objeto de las apariciones de Sor Faustina, no he encontrado nada en ella contrario a la fe o a las buenas costumbres, ni tampoco nada que pudiera ser motivo de discusión entre teólogos. Todo lo contrario, todo tiende a permitir una mejor comprensión y amor a Dios. La imagen ha sido hecha artísticamente y constituye una valiosa contribución al arte contemporáneo religioso (Protocolo de la Comisión relativa a la evaluación y la conservación de la imagen del Misericordioso Salvador, en la iglesia de san Miguel, fechada en Vilna el 27 de mayo de 1941, y firmado por los expertos siguientes: el catedrático Historiador de Arte Dr. M. Morelowski, el profesor de Dogmática Dr. L. Puciata y el restaurador, P. Dr. Śledziewski.). El culto privado de la Divina Misericordia (en las formas de la Novena, las Letanías, y la Coronilla) y el culto público (en forma de la Fiesta de la Misericordia prevista), no sólo no contradice en nada a los Dogmas o a la Liturgia, sino que trata de explicar las verdades de nuestra santa fe. Trata de presentar, de un modo asequible para todos, aquello que sólo estaba presente en la liturgia, pero en sus inicios; es decir, procura enfatizar y presentar al mundo entero aquello sobre lo cual los Padres de la Iglesia ya escribieron extensamente, que el autor de la Liturgia pretendía expresar, y que hoy en día las personas por su miseria humana, tanto necesitan. Sólo la acción sobrenatural de Dios y una iluminación de lo alto puede explicar cómo la intuición de una religiosa tan simple, que a duras penas conocía el catecismo, pudo alcanzar cosas tan sutiles, y con tal precisión y que además se corresponden tan bien con la psicología de la sociedad de hoy. Más de un teólogo, después de largos estudios, ni siquiera podría empezar a resolver estas dificultades con tanta precisión y facilidad como lo hizo sor Faustina.
En el alma de Sor Faustina confluían a la vez la acción sobrenatural con su actividad humana y una vívida imaginación, lo cual algunas veces conllevaba que ciertas cosas pudieran quedar inconscientemente distorsionadas. Pero eso solía ocurrir con todas las almas de este tipo, como muestran sus hagiografías; basta mencionar por ejemplo santa Brígida, la beata Catalina Emmerich, María de Ágreda, santa Juana de Arco, etc. De ese modo se puede explicar la discrepancia que existe entre el relato de santa Faustina sobre cómo fue su ingreso en la Congregación con el testimonio de la Madre General Michaela Moraczewska o tal vez otras expresiones similares que puedan aparecer en su Diario. Por otra parte, se trata de incidentes muy anteriores, que ambas partes podrían haber olvidado o modificado ligeramente, lo que no cambia la esencia de las cosas.
Los efectos de las apariciones de Sor Faustina, tanto en su alma como en las almas de las demás personas superaban toda expectativa. Si bien al comienzo Sor Faustina dudaba de si sería capaz de llevar a cabo los mandatos e indicaciones que Jesús le daba, y por eso intentaba rehuirlo, más tarde fue tranquilizándose gradualmente, hasta sentirse completamente segura, con una certeza plena y una profunda alegría interior. Se fue volviendo cada vez más humilde y obediente, cada vez más estrechamente unida a Dios, y con una paciencia creciente se abandonaba dócilmente a la voluntad de Dios. Supongo que no es necesario explayarse aquí sobre las consecuencias de estas revelaciones en las almas de otras personas que se fueron enterando de las revelaciones, puesto que los hechos hablan por sí mismos. Numerosas ofrendas votivas (unas 150) colocadas al lado de la imagen del Misericordioso Salvador en Vilna, y en muchas otras ciudades, son prueba suficiente de los favores concedidos a los devotos de la Divina Misericordia, tanto en Polonia como en el extranjero. Llegan informaciones de todas partes y también nos llegan maravillosos relatos de los efectos de la misericordia de Dios, a menudo de carácter claramente milagroso.
Resumiendo lo anterior, podríamos llegar con facilidad a una conclusión, pero como la decisión final en este caso depende de la institución infalible de la Iglesia, con total sumisión y espíritu de entrega nos quedamos a la espera de su sentencia con plena confianza.
P. Michael Sopoćko
Białystok, 27 de enero de1948
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Publicado en: „Orędzie Miłosierdzia”, nr 34, 35, 36, 37, 38, 39, 40
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1 Lado de la lekcja es el lugar donde se colocaba el púlpito para leer el Evangelio
i NT: la Madre de Dios de la Misericordia
Traducción al español – Xavier Bordas Cornet