El discernimiento de la vocación consiste en descubrir el camino más apropiado para la propia vida de la persona, es decir, aquel camino que el buen Dios ha preparado para la persona. Así pues, el empeño por discernir la propia vocación es algo extraordinariamente importante y fundamental para lograr la felicidad del hombre.
Toda vocación tiene un carácter personal. Como la misma palabra “vocación” indica, se trata de la relación entre Aquel que llama y la persona a quien se dirige la llamada. Quien llama es Dios mismo, y el destinatario es una persona concreta, la cual puede responder libremente a la llamada de Dios, aceptando el don de la vocación, o rechazándolo. Así pues, la vocación es una relación personal entre Dios y el hombre.
En la base del discernimiento de la vocación que Dios otorga a la persona llamada se halla el reconocimiento de la verdad fundamental sobre el amor misericordioso de Dios hacia el hombre, que ha sido creado a Su imagen y semejanza. Dios no sólo creó al hombre por amor (al dar a cada persona un alma inmortal), sino que también – como un buen Padre – le preparó el mejor camino para alcanzar la felicidad y el fin de su vida, que es la unión con Él en el amor. Para aquellos que han sido llamados a la vocación a una vida consagrada, una de esas vías es la vida religiosa.
En primer lugar hay que reconocer la voz de la vocación en el santuario del alma, que es donde Dios habla con susurros, mediante silenciosas inspiraciones. En la oración, al pedir por su voluntad en cuanto a la orientación fundamental de la vida, la persona permanece a la espera de su respuesta. También cabe analizar los propios deseos que uno tiene, las fascinaciones y capacidades, porque también todas estas habilidades y talentos indican cuál es nuestra vocación, puesto que constituyen el capital humano que permite recorrer el camino de una determinada vocación.
En el proceso del discernimiento de la vocación, uno debería aprovecharse de la experiencia y el conocimiento de personas de confianza (sacerdotes, padres, personas consagradas …), así como debería tratar de interpretar los «signos de los tiempos» que aparecen en nuestra realidad, cuya aparición en nuestra vida no está sometida a nuestro control, no depende de nosotros en absoluto; por ejemplo, una enfermedad grave podría ser una señal que indicaría que no tenemos vocación para entrar en una determinada congregación, puesto que no estamos en condiciones de cumplir las obligaciones y tareas que conlleva esta vocación en particular.
Para poder confirmar definitivamente la autenticidad de una determinada vocación, la Iglesia lo hace a través de los superiores, los educadores y de las comunidades religiosas. En dicho discernimiento, se suele tener en cuenta los siguientes factores: la motivación, que la vocación se acoja con plena libertad (interior y exterior), la madurez de la persona y que ésta, tenga las capacidades que corresponden a la vida consagrada y al carisma de la congregación en cuestión.
Descubrir la propia vocación consiste también en descubrir el carisma que define la misión apostólica y el tipo de espiritualidad que la persona tendrá que seguir.