Toda vocación es un don que Dios ofrece al hombre, pero la vocación para servir a Dios en el sacerdocio o en la vida consagrada es un don especial. Dios no invita a todos a la vida consagrada, sólo a unos elegidos. Su elección es totalmente libre y para nosotros seguirá siendo un misterio: ¿por qué a unos sí y a otros no? En esta cuestión, no tiene importancia ni la procedencia de la persona, ni su educación o posición social, ni las cualidades o las capacidades que uno pueda tener, ni siquiera la perfección personal. Según san Marcos: «llamó a los que Él quiso”, como nos dice de modo breve y conciso la Escritura (Mc 3, 13).
La vocación a la vida religiosa es una invitación a vivir una comunión de vida más profunda con Jesús y a compartir su misión. Él llama a vivir el amor esponsal de Cristo a través de los consejos evangélicos de la castidad, la pobreza y la obediencia, y exhorta a compartir con Él su preocupación por la salvación y la santificación del mundo. En cada instituto de vida consagrada, el carisma particular de cada instituto determina el modo cómo hay que imitar a Cristo y cuáles son las tareas que se deben llevar a cabo, con el fin de participar en la misión de Cristo. En la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia, las hermanas, de acuerdo con su carisma, participan en la vida de Jesús Misericordioso y en su misión salvífica, mostrando al mundo el amor misericordioso de Dios al hombre.