Toda vocación es un don que Dios ofrece al hombre, pero la vocación para servir a Dios en el sacerdocio o en la vida consagrada es un don especial. Dios no invita a todos a la vida consagrada, sólo a unos elegidos. Su elección es totalmente libre y para nosotros seguirá siendo un misterio: ¿por qué a unos sí y a otros no? En esta cuestión, no tiene importancia ni la procedencia de la persona, ni su educación o posición social, ni las cualidades o las capacidades que uno pueda tener, ni siquiera la perfección personal. Según san Marcos: «llamó a los que Él quiso”, como nos dice de modo breve y conciso la Escritura (Mc 3, 13).
La vocación a la vida religiosa es una invitación a vivir una comunión de vida más profunda con Jesús y a compartir su misión. Él llama a vivir el amor esponsal de Cristo a través de los consejos evangélicos de la castidad, la pobreza y la obediencia, y exhorta a compartir con Él su preocupación por la salvación y la santificación del mundo. En cada instituto de vida consagrada, el carisma particular de cada instituto determina el modo cómo hay que imitar a Cristo y cuáles son las tareas que se deben llevar a cabo, con el fin de participar en la misión de Cristo. En la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia, las hermanas, de acuerdo con su carisma, participan en la vida de Jesús Misericordioso y en su misión salvífica, mostrando al mundo el amor misericordioso de Dios al hombre.
Gracias, oh Dios, por la gracia de la vocación
A Tu servicio exclusivo
Dándome la posibilidad de amarte únicamente a Ti
Es un gran honor para mi alma.
Gracias, oh Señor, por los votos perpetuos,
Por este vinculo de amor puro,
Por haberte dignado unir al mío Tu Corazón puro,
Uniendo mi corazón al Tuyo con un lazo de pureza.
Diario 1286
Es así como agradecía la gracia de la vocación santa Faustina. Ella sabía que la vocación es un don de la Divina Misericordia que había recibido de modo gratuito, y que de ninguna manera se lo había merecido; se trataba de un don tan grande, que no se podía comparar a ninguna otra vocación. Ser esposa de Cristo: es la mayor dignidad del hombre en la tierra Prefiero ser una muchacha de los mandados en el convento que una reina en el mundo (Diario, 254). Cuando descubrió su vocación e ingresó en el convento, le pareció que había entrado en la vida del paraíso. De su corazón surgía una oración de acción de gracias, puesto que Dios, al llamarla a vivir el amor esponsal con su Hijo y a participar de Su misión salvífica, había hecho grandes cosas en ella. Soy sumamente feliz – escribió en el «Diario» – a pesar de ser la más pequeña y no quisiera cambiar nada de lo que Dios me ha dado. Ni siquiera con un serafín quisiera cambiar el conocimiento interior que Dios me da de Sí Mismo (Diario, 1049).
Siempre se sentía honrada por haber sido llamada al servicio exclusivo de Dios y supo responder de una manera perfecta a este don, con toda su vida. Muchas veces, en las páginas del «Diario» y en las cartas, no sólo expresaba lo mucho que valoraba el don de la vocación, sino que también escribía sobre cómo trataba de responder a este don.
Camino por la vida entre arcos iris y tempestades – escribía – pero con la frente orgullosamente alta, porque soy hija real, porque siento que la sangre de Jesús circula en mis venas y he puesto mi confianza en la gran misericordia del Señor (Diario 992).
Ella comprendía que la gracia de la vocación no era sólo la gran dignidad de ser la esposa del Hijo de Dios (después de sus votos perpetuos llevaba en su dedo un anillo de alianza con una inscripción con el nombre de Jesús), sino también un compromiso de seguirle hasta el final, para estar con Jesús no sólo en los momentos del monte Tabor, sino también en Getsemaní y en el Gólgota. La esposa debe asemejarse al Esposo – le dijo Jesús, y ella sabía bien cómo debía ser esta similitud con el Señor. En una carta, le escribió a la hermana Ludwina lo siguiente: Hermana, cuánta alegría siento en mi alma de que el Señor Jesús me haya llamado a nuestra Congregación que está unida estrechamente con la obra y la misión de Jesús, es decir, la misión de salvar a las almas. Y si somos fieles a esta misión, seguramente más de un alma nos agradecerá el cielo. Pero nosotras debemos tener presente que nuestra misión es elevada, similar a la misión de Jesús. Debemos tener con plenitud el espíritu y los rasgos de Jesús, es decir, el total anonadamiento de nosotras mismas por amor a Dios, a favor de las almas inmortales (…). Querida Hermana, no tengamos miedo del sacrificio similar al sacrificio de Jesús en la cruz; no tengamos ningún miedo, porque el amor nos añadirá fuerzas y valor para hacerlo. Qué alegría anonadarse para el Rey y Esposo inmortal. Qué alegría ser como una flor de campo bajo los pies de Jesús, marchitarse poco a poco y con su fragancia encantar su Corazón Divino (Cartas 253-254).
En su «Diario» es donde Sor Faustina mostró mejor lo que significaba para ella la gracia de la vocación, y expresó cómo hay que vivirla en la vida cotidiana. El hecho de ser llamado a vivir una vida de comunión «entre dos» personas, es decir, con Jesús, es un gran don, pero también es al mismo tiempo una tarea, una misión. Para poder llevarlo a cabo y cumplir con ello, aunque a veces pueda requerir tener que llevar la corona de espinas y cargar con la cruz, Dios colma a la persona con el gozo de sentirse realizada en su propia humanidad y en su vocación cristiana.
Traducción del polaco: Xavier Bordas Cornet