Aunque pueda parecer poco probable, no deja de ser un hecho que hay una falta de estudios de teología sobre la misericordia en las relaciones humanas en el Antiguo Testamento. Por un lado, el tema de la misericordia de Dios es muy popular entre los teólogos y han se han escrito estudios en revistas especializadas y monografías de gran interés, por otro, la temática de la misericordia en las relaciones interpersonales en el Antiguo Testamento, en realidad aparece sólo en los diccionarios y enciclopedias bíblicas, donde la cuestión suele ser tratada de un modo bastante general. Así pues, aquellos trabajos que abordan este tema son una excepción, y entre ellas cabe destacar la obra escrita en polaco del padre P.Wojciech Węgrzyniak, bajo el título: «Misericordia en las relaciones humanas en el Antiguo Testamento», que fue redactado en ocasión del Tercer Congreso Internacional de los Apóstoles de la Divina Misericordia en Cracovia-Lagiewniki, en 2008. Aquí vamos a presentar parte de dicho estudio…
DONDE LA MISERICORDIA TOMÓ LA PALABRA
Podemos ver, mediante actos concretos tomados del Antiguo Testamento, la misericordia en las relaciones personales desde dos aspectos: a través de actos concretos de misericordia llevados a cabo por personajes bíblicos, o bien como una realidad en la que alguien, o el mismo Dios, exhorta al hombre a vivirlo.
Ejemplos del ejercicio de la misericordia mediante actos
Encontramos un claro acto de misericordia en la actitud de Esaú, quien a pesar de haber perdido el derecho a ser el hijo primogénito y la bendición paternal, no causó daño alguno a su hermano Jacob, que volvió con toda su familia y sus pertenencias a Canaán (Gn 32-33). También se mostró clemente y misericordioso José en Egipto, quien no castigó a sus hermanos por el intento de fratricidio y su posterior venta como esclavo a Egipto (Gn 37,42-45). Otro ejemplo lo encontramos en Moisés, cuando intercede por su pueblo (Ex 32, 7-14, 21 libras, 7, Sal 106, 23), o bien en David, quien a pesar de tener la oportunidad de matar a su perseguidor, el rey Saúl (1 S 24,26), no se atrevió a ejecutar la justicia de manera humana y, después de la muerte del rey y su hijo Jonathan, hizo lo pertinente para proteger el patrimonio en beneficio de los familiares de los difuntos (2 S 9). Este mismo David lloró la muerte de su hijo Absalón, aunque éste se había rebelado contra su padre y le había despojado de su reinado (2 S 15-19). El profeta Elías mostró una actitud llena de misericordia, al oír la solicitud del tercer jefe, con sus cincuenta hombres enviados por el rey Acab: Hombre de Dios, te ruego, ten consideración de mi vida y de la vida de estos cincuenta siervos tuyos. Mira que ya descendió fuego del cielo y devoró a los dos jefes de cincuenta anteriores y a sus cincuenta hombres. Pero ahora, ten consideración de mi vida (2 R 1, 13-14). Simón el Macabeo es misericordioso cuando deja de luchar contra los habitantes de Gezer, después de que estos le rogaran: No nos trates, le decían, según nuestras maldades, sino según tu misericordia (1 Mch 13, 46). Otro acto de misericordia es aquel que tuvo lugar cuando Ester intercedió por su pueblo ante el rey Asuero, acto por el cual podía haber pagado con su propia vida (Est 45). Tobías es misericordioso, pues dice de sí mismo: Yo, Tobit, he andado por caminos de verdad y en justicia todos los días de mi vida, y he repartido muchas limosnas entre mis hermanos y compatriotas, deportados conmigo a Nínive, al país de los asirios (Tb 1, 3). En los días de Salmanasar hice muchas limosnas a mis hermanos de raza; di mi pan a los hambrientos y vestido a los desnudos; y si veía el cadáver de alguno de los de mi raza arrojado extramuros de Nínive, le daba sepultura (Tb 1, 17). Otro que nos habla de sus actos de misericordia es el sufriente Job: Pues yo libraba al pobre en apuros, al huérfano privado de ayuda. El descarriado me bendecía, a las viudas devolvía la alegría. (…) Yo era ojos para el ciego, yo era pies para el cojo, yo era padre de los pobres, abogado del desconocido (Jb 29, 12-13.15-16).
De entre todos los actos de misericordia, también cabe considerar los siguientes: el hecho de proteger de la exterminación la casa de Rajab, quien guardaba escondidos en su casa a los espías que había mandado Josué (cf. Jos 1-2), el hecho de dar permiso a los benjamitas para que llevaran a cabo el secuestro de las vírgenes de Siló para poder así tener esposas (Jc 21), la liberación de Israel de la cautividad babilónica (2 Cro 30, 9, Sal 106, 46), y finalmente el ejemplo del jefe de los eunucos, a través del cual Dios concedió a Daniel su favor y compasión (Dn 1, 9).
La llamada a vivir la misericordia
El Antiguo Testamento, además de presentarnos ejemplos del ejercicio de la misericordia, también nos exhorta a ser misericordiosos para con los demás, e incluso en relación con aquellos que no conocemos y con nuestros enemigos: Así, por ejemplo, nos exhorta a toda una serie de actos de misericordia como: a no oprimir a extranjeros, viudas y huérfanos (Ex 22, 20-21), a no reclamar intereses del dinero prestado a los pobres (Ex 22, 24), a devolver el abrigo tomado en prenda, antes de la puesta del sol (Ex. 22, 25-26a), a socorrer al ganado que se ha extraviado, incluso si se trata de animales que pertenecen al enemigo (Dt. 22, 1-4, Ex 23, 4 – 5), a dejar como limosna, en el momento de la cosecha, algo para los pobres y los huérfanos (Dt 24, 19-21), a dar limosna (Tb 4, 5-8. 16), a dar pan al hambriento y vestir al desnudo (Tb 4, 16), a esparcir pan sobre la tumba de los justos (Tb 4, 17), finalmente exhorta també a socorrer con ayuda inmediata, siempre que sea posible (Pr 3, 28). Éstos son otros ejemplos de las llamadas a ejercer la misericordia:
Hijo, no prives al pobre del sustento, ni des largas a los que te piden con ojos suplicantes. No hagas sufrir al hambriento, ni exasperes al que vive en la miseria. No te ensañes con el corazón desesperado, ni retrases la ayuda al mendigo. No rechaces la súplica del atribulado, ni vuelvas la espalda al pobre. No apartes la mirada del necesitado, ni le des ocasión de maldecirte (Si 4, 1-5); Tiende también tu mano al pobre, para que tu bendición sea completa. Sé generoso con todos los vivos, y a los muertos no les niegues tu piedad. No te retraigas ante los que lloran, y aflígete con los afligidos. No tardes en visitar al enfermo, que haciendo estas obras te harás querer (Si 7, 32-35); Así dice Yahvé Sabaot: Celebrad juicios justos, practicad entre vosotros el amor y la compasión. No oprimáis a la viuda, al huérfano, al forastero, o al pobre; no maquinéis malas acciones entre vosotros (Zach 7, 9-10).
La exhortación a vivir la misericordia en las relaciones interpersonales también aparece en forma de dichos sapienciales: Feliz el hombre que se apiada y presta, y arregla rectamente sus asuntos (Sal 112, 5); Quien cierra su oído a los gritos del pobre no obtendrá respuesta cuando grite (Pr 21, 13);
El generoso será bendecido, por compartir su pan con el pobre (Pr 22, 9); La compasión hacia el padre no será olvidada, te servirá para reparar tus pecados (Si 3, 14).El hombre misericordioso presta a su prójimo, quien le brinda ayuda guarda los mandamientos (Si 29, 1); La caridad es como un paraíso de bendición, y la limosna permanece para siempre (Si 40, 17).
La literatura del Antiguo Testamento, no sólo exhorta a vivir la misericordia en las relaciones interpersonales, pues también promete beneficios tangibles a aquellos que la practiquen. Un texto clásico en este sentido son las palabras del profeta Isaías: ¿No será éste el ayuno que yo elija?: deshacer los nudos de la maldad, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los maltratados, y arrancar todo yugo. ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahvé te seguirá. Entonces clamarás, y Yahvé te responderá, pedirás socorro, y dirá: «Aquí estoy.» Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas maldad, repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía. Te guiará Yahvé de continuo, hartará en los sequedales tu alma, dará vigor a tus huesos, y serás como huerto segado, o como manan- tial cuyas aguas nunca faltan (Is 58, 6-11).
Otros «beneficios» del ejercicio de la misericordia aparecen cuando la Sagrada Escritura exhorta a practicar el amor activo al prójimo. Así por ejemplo, la misericordia expía el pecado (Sir 3, 14), alcanza bendiciones a los demás (Sir7, 32), colma de amor a los demás (Sir 7, 35), asegura el éxito (Sal 112, 5), otorga el bienestar (Dn 4, 24).
Así pues, da la impresión de que el hombre del Antiguo Testamento, que sabe bien qué es la misericordia, es llamado a vivirla, conoce cuáles son sus efectos positivos y de vez en cuando no deja ejemplos tangibles de una conducta misericordiosa.
ALLÍ DONDE LA MISERICORDIA SE SILENCIÓ
Pero a pesar de un tan rico tapiz de ejemplos de misericordia vividos en las relaciones interpersonales, hay un límite más allá del cual la misericordia no existe. No la hay, aunque Dios la pida explícitamente, con más o menos claridad, porque el hombre actúa en contra del otro sin contar con Dios en absoluto.
Con consentimiento divino
El libro de Siracida nos esclarea este principio de “la misericordia limitada”: Ningún beneficio para el que persiste en el mal, ni para quien se niega a hacer limosna. Da al hombre piadoso, pero no ayudes al pecador. Haz el bien al humilde, pero no des nada al malvado; niégale el pan, no se lo des, porque podría utilizarlo para dominarte, y tú recibirías el doble de mal por el bien que le habrías hecho. Que también el Altísimo odia a los pecadores, y dará a los malvados el castigo que merecen. Da al hombre bueno, pero no ayudes al pecador (Si 12, 3-7).
Es en esta perspectiva donde podemos mencionar todo un abanico de actos que hoy podrían parecer algo crueles: la exterminación de tres mil personas llevada a cabo por los hijos de Leví, que actuaban bajo órdenes de Moisés, como consecuencia de haber hecho el becerro de oro (cf. Ex 32, 26-29), la lapidación de un hombre por haber recogido leña en un sábado (Núm 15, 32-36), el asesinato de veinticuatro mil israelitas que practicaban la prostitución con mujeres de Moab (Num 25, 1-9) y toda una serie de conquistas de ciudades cananeas, durante las cuales se exterminaron ciudades enteras, asesinando a todos sus habitantes (Josué). Uno de los ejemplos más trágicos lo encontramos en la vida del profeta Elías: Luego (Elías) subió de allí a Betel y, según subía por el camino, unos cuantos chicuelos salieron de la ciudad y se burlaban de él diciendo: «Sube, calvo; sube, calvo» Él se dio la vuelta, se les quedó mirando y los maldijo en el nombre de Yahvé. Dos osos salieron entonces del bosque y despedazaron a cuarenta y dos de aquellos chicuelos (2 Krl 2, 23-24).
Aunque estos acontencimientos del Antiguo Testamento puedan parecer hoy en día sorprendentes, cabe darse cuenta de que esta conducta «cruel o despiadada» estaba justificada. Quién amenazaba más o menos directamente la pureza de la fe en el Único Dios, no podía contar con la misericordia. Independientemente de si pertenecía al pueblo elegido, o si se trataba de un extraño. Desde el punto de vista de la Ley, esto se resume de la siguiente manera: Si tu hermano, hijo de tu padre o hijo de tu madre, tu hijo o tu hija, la esposa que reposa en tu seno, o tu amigo que es como tu propia alma, trata de seducirte en secreto diciéndote: «Vamos a servir a otros dioses», que ni tú ni tus padres habíais conocido, de entre los dioses de los pueblos próximos o lejanos que os rodean de un extremo a otro de la tierra, no accederás ni le escucharás, tu ojo no tendrá piedad de él, no le perdonarás ni le encubrirás, sino que le harás morir; tu mano caerá la primera sobre él para darle muerte, y después la mano de todo el pueblo. Lo apedrearás hasta que muera, porque ha tratado de apartarte de Yahvé tú Dios, el que te sacó del país de Egipto, de la casa de servidumbre. Y todo Israel lo oirá y temerá y dejará de cometer este mal en medio de ti (Dt 13, 7-12)
La condenación de la falta de misericordia
A parte de esos actos, que hoy en día nos pueden parecer despiadados, y que en el Antiguo Testamento tuvieron lugar con el consentimiento de Dios incluso como mandato suyo, cualquier otro tipo de acto despiadado era estrictamente condenado por Dios.
Dios emitió un severo veredicto sobre Edom, mostrándose inflexible con él, por haber perseguido con espada a su hermano, ahogando toda piedad, por mantener para siempre su cólera, y guardar incesante su rencor (Am 1, 11). Tampoco tuvo compasión de su pueblo, porque nadie tiene piedad de su hermano, corta a diestra y queda con hambre, come a siniestra y no se sacia; cada uno se come la carne de su brazo (Is 9, 18-19). Asimismo, se pone en contra de los gobernantes (Is 3, 14-15) y los legisladores (Is 10, 1-2), y nunca olvidará los actos despiadados: Escuchad esto los que pisoteáis al pobre y queréis suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: «¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano, y el sábado para dar salida al trigo, para achicar la medida y aumentar el peso, falsificando balanzas de fraude, para comprar por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta el salvado del grano?» Ha jurado Yahvé por el orgullo de Jacob: ¡Jamás he de olvidar todas sus obras! (Am 8, 4-7).
¿PODEMOS ESPERAR UNA MISERICORDIA ILIMITADA?
Al tratar de resumir esta reflexión sobre la misericordia en las relaciones interpersonales en el Antiguo Testamento, hay que volver a fijarnos en la oración de intercesión del primer patriarca, Abraham, en favor de los habitantes de Sodoma. De un modo parecido a como en el regateo de Abraham con Dios se llega a cierto límite, que no se puede ya superar, de modo similar parece ocurrir con la misericordia en las relaciones interpersonales, donde el hombre de la Primera Alianza no es capaz de ir más allá de un cierto límite, ir más allá de la mentalidad imperante en aquella época de la historia. Hay algunas situaciones en las que incluso los seres más queridos no pueden contar con la misericordia, y aquellos que en una determinada situación parecen ser sorprendentemente misericordiosos, en otras no muestran misericordia alguna (1 Samuel 24.26, 2 Samuel 19, 1 Reyes 2, 8-9).
¿Hay alguna esperanza para poder superar dicho límite y poder alcanzar así una misericordia sin límites? ¿Por qué el regateo de Abraham con Dios se detuvo al llegar al número de los 10 justos? ¿Por qué Abraham no trató de salvar a la ciudad en virtud tan solo de cinco justos? ¿Por qué no se atrevió a pedir la salvación de la ciudad únicamente con motivo de una sola persona justa, su sobrino Lot? Tal vez porque a Abraham, hombre del Antiguo Testamento, no le entraba en sus esquemas mentales que Dios pudiera ser tan misericordioso. Con el concepto que tenía de Dios, a quien veía como un juez justo, le resultaba difícil seguir regateando, para lograr algo más. Es pues esta comprensión que tenía de Dios, lo que no le permitió seguir luchando por el hombre hasta el final. Todos sus amigos del Antiguo Testamento se encontraron en frente del mismo dilema. A pesar se que ya tenían la sensación de que Dios es más misericordioso que el hombre (2 Samuel 24, 14), sin embargo, no alcanzaban comprender que Dios es infinitamente misericordioso. Y puesto que pusieron límites a Dios en cuanto a su misericordia, tampoco podían faltar dichos límites en sus relaciones personales con los demás.
No fue hasta que vino Jesucristo al mundo, que reveló el rostro misericordioso de Dios Padre, cuando el Salvador derrocó todas las fronteras que el hombre del Antiguo Testamento ponía a la misericordia de Dios y a la misericordia humana. Si Abraham hubiera visto y conocido el misterio del Hijo de Dios crucificado, habría tenido la certeza que no sólo para la salvación de Sodoma, sino para salvar a todo el mundo, basta con la vida de un solo justo, Jesucristo. Entonces, con certeza habría sido misericordioso con Sodoma, luchando para salvar hasta el último de sus habitantes.
Padre Wojciech Węgrzyniak
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El texto completo con citas se puede encontrar en: P. Roman Pindel, Dlaczego mamy być miłosierni, w: ks. Wojciech Węgrzyniak, Miłosierdzie międzyludzkie w Starym Testamencie, w: W szkole miłosierdzia św. Faustyny i Jana Pawła II. Referaty z III Międzynarodowego Kongresu Apostołów Bożego Miłosierdzia, Editorial „Misericordia”, Cracovia, 2008, pág 95- 120
Traducción del polaco: Xavier Bordas Cornet
Misericordia/La Misericordia en las relaciones interpersonales