En las Sagradas Escrituras, ciertamente no aparecen términos para referirse a la Virgen María como Madre de la misericordia, Madre de Dios de la Misericordia, Madre de la Divina Misericordia, o Madre misericordiosa. Sin embargo, en los textos bíblicos se describe perfectamente el significado de todos estos títulos y la realidad que se oculta tras cada uno de ellos. Algo parecido ocurre cuando se define a Jesús como la Misericordia encarnada. Aunque no aparece esta combinación de palabras en la Biblia, sin embargo, hay gran cantidad de pasajes en los que se habla claramente de la encarnación de la segunda persona de la Santísima Trinidad (Jn 1, 14, Flp 2, 6n), donde se hace claro hincapié en su misericordia (curaciones: por ejemplo, Mt 9, 27n, y casos de resurrección: por ejemplo, el muchacho de Nain, en Lc 7, 13, y también la obra de la redención del hombre) Por lo tanto, llamar a Jesús como Misericordia Encarnada está plenamente justificado, pues esta expresión, que también utilizaba santa Sor Faustina, abarca la esencia de la vida y misión de Jesús, la cual consiste en adoptar un cuerpo humano y en revelar al mundo, mediante su propia vida, con palabras y obras, a su Padre Celestial, que es rico en misericordia. Jesús es la misericordia misma. Así es como Él mismo se llamó, con toda claridad, en los momentos en los que se apareció a santa Sor Faustina. Lo dijo en repetidas ocasiones: Soy amor y misericordia (Diario 1074, 1273, 1486, 1739, 1775, 1780); también Santa Faustina hablaba de Él en estos términos (Diario, 383, 950, 1264, 1552, 1574, 1751).
Del mismo modo ocurre con las advocaciones que tiene María como Madre de la Misericordia, Nuestra Señora de la Misericordia y Madre de la Divina Misericordia, etc. Cada uno de estos títulos revela una realidad, específica vinculada a la vida de María y su extraordinaria misión como Madre del Hijo de Dios, que participa activamente en la obra de la Redención. Al meditar el misterio de la misericordia en relación con la Virgen María, hay que tomar en consideración dos dimensiones básicas: María como Madre de la Misericordia encarnada, que fue dotada por Dios con la plenitud de la gracia (la Inmaculada), pues es ella quien dio a luz al Hijo de Dios, dándole un cuerpo humano (como contemplamos en Belén), también fue la que participó en la obra de la revelación de la misericordia de Dios al mundo, hasta alcanzar la cumbre del fiat en el Gólgota; y por otro lado, María como Madre misericordiosa para con las personas, ejerció la misericordia mediante obras, cuya mayor obra fue la de dar el Hijo de Dios al mundo (como contemplamos en la visita de María a Isabel), con la palabra (como contempla- mos en el Magníficat), y a través de la oración (como contemplamos en las bodas de Caná, o en la oración en el Cenáculo con los apóstoles).
En el primer capítulo del Evangelio de san Mateo, en la descripción del linaje de Jesús, el evangelista nos dice que María es la Madre de Jesús, llamado el Cristo (cf. Lc 1, 16). San Mateo destaca este hecho hasta casi diez veces (especialmente en el Capítulo 2 y 12, 46, 47). Podemos encontrar la misma afirmación en los otros Evangelios (por ejemplo, Mc 3, 32, 32, Lc 1, 43, 2, 51; Jn. 2, 1:12, 6, 42), así como en los Hechos de los Apóstoles, en el versículo 1, 14. Que- da bien claro, pues, que María es la Madre de Jesús.
Por consiguiente, podemos afirmar rotundamente que María es la Madre de Dios. El evangelista San Juan llama se refiere a Jesús, directamente como el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre… (Jn1, 18) y define a María como la Madre de Jesús (ver por ejemplo, Jn, 2, 1). De ahí que se pueda afirmar, como conclusión lógica que se desprende de las dos premisas anteriores, que María es la Madre del Hijo de Dios.
Entonces, ¿en qué nos basamos para llamar a María como Madre de la Misericordia? Aparte de la experiencia existencial de los creyentes, ¿hay acaso algún fundamento bíblico para atribuirle semejante título a María?
La Sagrada Escritura muestra claramente la misericordia de Jesús (por ejemplo, Lc 7, 11 – 17, 18, 35- 43) e incluso afirma que Jesús es la misericordia misma (Cf. 2 Corintios 1: 3).
Nos vamos a detener, deliberadamente, en un fragmento de la Biblia, de la segunda carta a los Corintios, versículo 1, 3, puesto que la comprensión de dicho pasaje es crucial para comprender el título de María como Madre de la Misericordia:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación.
Teniendo en cuenta el texto original (que fue escrito en el dialecto griego koiné) del fragmento citado anteriormente, así como su registro gramatical, el estilo semítico con el cual fue escrito y el análisis del contexto en el que se escribieron estas palabras, se puede concluir que estas palabras, de toda consolación y misericordia, se refieren a Jesucristo mismo. Así, dado que María es la Madre de Jesús, y Jesús es la misericordia misma, entonces se puede afirmar que María es la Madre de la Misericordia; se trata aquí de la misericordia comprendida en su sentido más profundo: es aquel que mostró su mayor esplendor en la obra de la Redención de la humanidad, por la que fue liberada de la esclavitud del pecado y de la muerte. Es en Jesús y por Jesús que ha sido revelada del modo más pleno la verdad de la misericordia de Dios. Él es – como nos dirá santa Faustina – la Misericordia Encarnada, y su madre es, por consiguiente, la Madre de la Misericordia.
Esta advocación de María como Madre de la Misericordia no puede limitarse únicamente a un aspecto puramente verbal (literal), y tampoco puede limitarse a una dimensión biológica, natural: María, puesto que dio a luz a Jesús Misericordia, por causa natural es su Madre, es decir, Madre de Misericordia. Pero la advocación que estamos analizando tiene un significado más amplio. Al llamar a María como Madre de la Misericordia, nos referimos a la realidad que Ella vivió, a la vivencia que tenía en relación con el misterio de la misericordia vinculado a su Hijo. Como Madre de Jesús, María se convierte en el testigo más creíble del misterio de la misericordia Dios, que fue revelado por su Hijo de palabra y mediante actos. Se podría decir que María es la primera misionera de la Misericordia. Ella es la Madre de todo aquel que predica a Su Hijo – Misericordia (cf. Jn 19, 26). Una manifestación externa de ello es el himno de alabanza que cantó María en honor a la Divina Misericordia (ver el himno del «Magníficat», en particular, en: Lc 1, 50.54), expresado en relación con la concepción en su seno del Mesías prometido desde hacía siglos: Jesús (el nombre de Jesús significa Yahvé salva). Por otra parte, la obra de la salvación es la revelación y la prueba del amor misericordioso de Dios.) Así pues, podemos afirmar que María es la Madre de la Misericordia, ya que vive inmersa en el misterio de Dios que es la Misericordia misma. Ella medita este misterio, piensa en él, medita en su corazón sus palabras y acciones (Cf, Lc 2, 19). Ella lleva la Misericordia encarnada no sólo a su prima Isabel (Lc 1, 42n), sino que la transmite a todo el mundo.
María alcanza la cumbre y nos muestra la hermosura, el esfuerzo y el sacrificio que representa vivir la maternidad ejercida sobre la misericordia, justamente al permanecer al pie de la Cruz. Así pues, es Madre de la Misericordia, no sólo en virtud de unos lazos de sangre, sino también al sufrir juntamente con su Hijo, quien en su Pasión y Muerte nos revela del modo más pleno posible el poder del amor misericordioso de Dios. María es quien, de entre todos los hombres, participa del modo más pleno en esta obra de la revelación y realización en el mundo de la misericordia. María, de alguna manera, comparte con su Hijo la misma suerte, y al mismo tiempo se convierte en la discípula más perfecta en Su “escuela de la Misericordia”.
María, al adherirse con todo su corazón a la Misericordia revelada en la Cruz, se convierte de ese modo, con una fuerza particular, en la madre de todos los hombres (Jn 19, 27). De ese modo, el acto de adopción de toda la humanidad por parte de María resulta del hecho que María fuera Madre de Jesús, su Hijo y nuestro hermano (ya que Jesús restauró nuestra filiación divina), y por lo tanto María (lógicamente hablando) es nuestra Madre. Pues bien, la maternidad de María para con nosotros radica también en la definición de María como la Madre de la Misericordia. Ella, con el sacrificio de su corazón, unió sus sufrimientos a la Pasión de Cristo y por un acto de voluntad (al no huir de la Cruz), tomó la decisión de interceder junto a su Hijo, para suplicar el perdón del Padre para el mundo. Por lo tanto, se solidariza totalmente con su Hijo – Misericordia, y también se nos revela como Madre misericordiosa, dispuesta a perdonar al hombre, que mata a su Hijo más amado, su único Hijo.
Nombrar a la Virgen María como Madre misericordiosa tiene un fundamento profundamente bíblico, que encontramos en el saludo del ángel a María, en el Evangelio de san Lucas, versículo 1, 28: El ángel se acercó a ella y le dijo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Aquí, las palabras clave son las siguientes: llena de gracia, que en la lengua original usa el término: kecharitomene. Cabe percatarse, aquí, del hecho que el Arcángel Gabriel no se dirigiera a la Virgen de Nazaret llamándola por su nombre, sino que la llamó la llena de gracia por lo que le concede así un nuevo nombre. Esto ocurre en el contexto de la cercana ya Encarnación del Hijo de Dios. El Fiat de María fue determinante para su maternidad tan impregnada de misericordia. Además, dejando a un lado el análisis exegético detallado del término usado, cabe fijarse en que el concepto de kecharitomene contiene una referencia a la palabra, charis, que suele ser traducida como gracia. No obstante, el hombre contemporáneo suele reaccionar de manera negativa ante esta palabra, puesto que puede conllevar un cierto riesgo de humillación y puede implicar la necesidad de reconocer la propia impotencia en algún ámbito de la vida, o bien puede conducir a tener que reconocer la propia culpa y debilidad. Sin embargo, la palabra griega charis tiene un campo semántico que queda lejos de este tipo de comprensión de la palabra, como gracia. Significa más bien el deseo que tiene Dios de colmarnos con su ternura y amor; ¡significa también la disposición de Dios para agradecer al hombre la cordialidad mostrada a los demás! Representa pues un signo que expresa el interés de Dios por alguien a quien abraza con toda su solicitud y con sus cuidados (Lc 2, 40), Él ha puesto su agrado sobre la persona humana y le ha dado su bendición particular, es decir, su complacencia; lo ha liberado del pecado (Jn 1, 17).
Quien ha sido bendecido con el charis, tiene una capacidad particular de poner su confianza total en Dios para ser testimonio de su bondad (Hechos de los Apóstoles 4, 33). En María, de alguna manera, se centró toda la efusión de la misericordia de Dios. Tal y como nos enseña la Iglesia, María fue preservada del pecado original, y en ella se da la plenitud de la gracia, es decir, el amor misericordioso de Dios. María, por el don de poder vivir plenamente de la misericordia de Dios, al contener en sí misma todas las gracias de Dios, fue especialmente dotada para compartir la bondad y el amor de Dios con los hombres. Esto se ve muy claro en las bodas de Caná (Jn 2, 1 – 12), cuando actuó para interceder por los recién casados, al quererlos proteger de la vergüenza que habrían pasado si se hubieran quedado sin vino. También es bien visible en el Cenáculo, cuando junto con los apóstoles pide el don del Espíritu Santo para la Iglesia naciente Gracias pues a su confianza e intercesión, Jesús era capaz de poner solución a cualquier problema que se presentaba: convierte el agua en vino, y hace que el Espíritu Santo se derrame sobre los apóstoles. Así pues, María es la Madre de la misericordia, y lo es sobre todo por voluntad del mismo Dios. Madre misericordiosa significa que ha sido llamada a interceder por los hombres. Madre misericordiosa significa también que está llena de confianza en Dios.
Hna. Maria Faustyna Ciborowska ISMM
Traducción del polaco: Xavier Bordas Cornet