La devoción a la Virgen María se remonta al siglo II del cristianismo, pero fue en la Edad Media cuando tuvo su mayor desarrollo y crecimiento. A María se la veneraba como Madre de Dios, pero también como Reina y Madre de estados, naciones, ciudades, órdenes religiosas, y otras organizaciones tanto religiosas como seculares, así como también se le rendía culto como Madre de todo ser humano. La verdad sobre la misericordia de María se empezó a desarrollar, primero en Oriente; dicha verdad fue aceptada más tarde también en la Iglesia de Occidente, que poco a poco la fue profundizando, hasta darle su propia forma, tal como se puede ver en el culto y en la iconografía. A finales del siglo XVIII y durante todo el siglo XIX la idea de Mater Misericordiae sufre un cierto declive; pero, ahora, en nuestros tiempos, junto con el desarrollo de la devoción a la Divina Misericordia, crece también la devoción a Nuestra Señora, Madre de Misericordia; al mismo tiempo, se observa una profundización de la reflexión teológica asociada a esta advocación de María, cuya más clara manifestación es la encíclica de Juan Pablo II «Dives in misericordia». También cabe destacar la numerosa cantidad de tesinas escritas en las facultades teológicas dedicadas a esta materia.
El culto a la Santísima Virgen María, en el misterio de la misericordia, se iba manifestando primeramente en la fe del pueblo, y luego siguiendo unas prácticas específicas aprobadas por la Iglesia. La oración más antigua que se conoce referida a la misericordia de la Madre de Dios empieza con las siguientes palabras: A tu misericordia recurrimos, santa Madre de Dios…. Esta oración surgió, probablemente, en el siglo IV, según indica el término Theotokos (se suele traducir como Madre de Dios). Esta primera oración mariana era usada por los fieles para un uso privado, y sólo fue más tarde cuando se incluyó en los libros litúrgicos de la Iglesia. En Occidente, ya era conocida antes del siglo IX, pero en las versiones que entonces se usaban, no aparecía aún una clara referencia a la misericordia de María; en cambio, se rezaba como un acto de entrega a la Virgen María, para ponerse bajo su amparo y protección, y es como ha quedado la primera frase de esta oración en la Iglesia Occidental hasta el día de hoy, pues la misma oración empieza ahora con las palabras:
Durante este período (siglo IX), el concepto de la misericordia de la Madre de Dios aparecía también en la liturgia: en los sermones de temática mariana, en las misas votivas en honor a la Virgen María, que compuso para un uso privado Alcuino de York (804), que fue el más grande teólogo de la época. Alcuino, probablemente fue también el autor de la famosa oración «Sancta Maria ad» en la que, para destacar la grandeza de la misericordia de María, se muestra, por un lado su extraordinaria pureza y dignidad, y por otro, la indignidad del hombre pecador y de sus actos abominables. Este motivo se convirtió en la idea principal que aparece en todas las oraciones referidas a la misericordia de la Madre de Dios.
La antífona «Salve Regina» fue de particular importancia para el desarrollo de la devoción a la Madre de la Misericordia, oración que surgió probablemente en el siglo X y que se propagó rápidamente por toda la Iglesia. Los fieles, al rezarla, se dirigen a María como Reina y Madre de misericordia, porque Ella es la Madre del Hijo de Dios. En la versión original de dicha oración, ésta empezaba con las palabras: Salve, Regina misericordiae; por lo tanto, la palabra: Mater fue añadida más tarde. En la siguiente frase, María es llamada como: vida, dulzura y esperanza nuestra; vida nuestra, justamente por haber dado a luz a Cristo, de quien todos, sin excepción, hemos recibido la vida divina; la llamamos dulzura, puesto que su corazón maternal vive únicamente del amor de Cristo, y ella nos transmite este amor a cada uno de sus hijos, sin excepción; luego decimos, esperanza nuestra, porque como Reina y Madre de misericordia es nuestra Abogada ante el trono de Dios. Esta antífona es una oración cristocéntrica. María debe su papel misericordioso a Cristo, y ella nos muestra su misericordia a través de la intercesión materna. La oración subraya que el objetivo final de la misericordia de María es Cristo mismo, pues al final de esta oración la persona se dirige a María con la siguiente petición: y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.
María, bajo la advocación de Madre de Misericordia, fue venerada en Occidente de un modo particular en la abadía benedictina de Cluny (fundada en el año 910), y quien propagó la advocación de una forma entusiasta fue el abad San Odón (942). No obstante, en la Iglesia de Occidente cabe destacar como primer teólogo mariano a san Fulberto: fue él quien elaboró el concepto de la misericordia de María. San Fulberto, a pesar de que no escribió ningún tratado teológico, sin embargo, en los sermones y oraciones que han quedado escritas, subrayaba la misericordia de la Madre de Dios. Él predicaba que la fuente de toda misericordia es Cristo mismo. Sin embargo, María puede ser llamada Madre de Misericordia, puesto que al haber dado a luz a Cristo, dio a luz a la fuente misma de la misericordia. Su misericordia se manifiesta al suplicar a Dios el perdón por los pecados de los hombres; también se manifiesta por ser Ella la que nos alcanza todas las gracias. La poderosa intercesión de María ante su Hijo hace que los justos obtengan de Dios rápidamente aquello que le piden mediante la intercesión de la Madre; los pecadores, por otra parte, alcanzan con premura la misericordia por mediación de Maria. San Fulberto es el creador de la advocación Mater Misericordiae et pietatis (Madre de piedad y de misericordia), términos que él utilizó en las oraciones que escribió dirigidas a la Virgen. Estos términos fueron adoptados por la Iglesia, y se siguen utilizando todavía hasta el día de hoy. Mater Misericordiae puede significar no sólo que la Virgen es la Madre del Hijo de Dios, que es la fuente de toda misericordia para todos nosotros, sino también la Madre de Dios. Ella es una Madre que tiene un corazón maternal para con toda persona, y siempre está dispuesta a mostrar misericordia. En cambio, con las palabras: Mater pietatis nos referimos, en primer lugar, a los actos de misericordia que ejerce María, como Madre que de todos los hombres.
Una oración que se popularizó mucho a lo largo del siglo XI, especialmente en Francia e Inglaterra, era la oración a la misericordia de María compuesta por un benedictino, que más tarde se convertiría en obispo de Rouen, Maurillus (1057). El contenido de aquella oración refleja perfectamente la espiritualidad mariana de la época; en ella, se subrayaba la gran desproporción que existe entre María – Madre Inmaculada, que es la única criatura agradable a Dios – y el hombre, conocedor de la propia indignidad causada por su debilidad y miserias humanas, y por la abominación del pecado, lo que produce un sentimiento de rechazo por parte de Dios. El hecho de verse menospreciado por Dios por la propia miseria personal e indignidad moral, y al mismo tiempo, la excepcional pureza y santidad de María, despertaba en los fieles una gran fe en su misericordia; sin embargo, el creyente, al suplicar la misericordia, no lo hacía como un hijo confiado que se dirige a la Madre, sino más bien como un siervo de la Madre de Dios, Señora y Reina. ¿A quién acudir, a quién suspirar, nosotros tan pobres, y desamparados – reza la oración mencionada – cuando lloramos por las desgracias y los males que nos afligen, sino a Vos, que sois verdadera Madre de misericordia, digna de toda confianza? Santa Virgen, Madre Inmaculada, Madre de misericordia, Madre intacta, Madre de piedad, Madre paciente, abre tus entrañas de misericordia y acoge al pobre pecador, muerto en el pecado…
Un enfoque algo diferente en lo referente a la misericordia de María se halla en las oraciones de los contemporáneos a Maurillus, como por ejemplo, Anselmo de Lucca. Éste, escribió una oración a Nuestra Señora, destinada únicamente a personas piadosas, y que no podia ser rezada por un miserable pecador. Él las escribió a petición de la princesa Matilde de Toscana, de quien era su director del alma, por deseo del Papa Gregorio VII. En estas oraciones dirigidas a la Virgen María, su función como Madre de misericordia se debe a Cristo, puesto que Jesucristo, después de su Ascensión al Cielo, le encomendó a María todo el legado de la misericordia. Jesucristo también la había elegido para este fin, es decir, para ser su Madre, a fin que los pecadores pudieran obtener el perdón de Dios por las culpas cometidas. La misericordia de María, en los contenidos de las mencionadas oraciones, es tan poderosa, que incluso se presenta en oposición a la justicia de Dios: la justicia del Hijo, severo a la vez que justo, y de la ira de Dios Padre. Este concepto, que presenta la misericordia de María en oposición a la justicia divina, permaneció en la Iglesia durante muchos siglos (y se puede encontrar aún vigente hoy en día); esta concepción, en su forma más extrema, niega a Cristo la misericordia, y la atribuye sólo a su Madre. En los textos de las oraciones de Anselmo de Lucca, también se pueden ver elementos referentes a la maternidad espiritual de María, puesta que Ella configura en las almas de los hombres a Cristo, mediante la Eucaristía. En este contexto de la Eucaristía, su maternidad divina adquiere características de maternidad espiritual para con las personas, a pesar de que en las oraciones de Anselmo de Lucca, éste sigue dirigiéndose a María como Madre de Dios, su Señora y Reina, y no como Madre de los hombres.
La devoción a la misericordia de María, en su dimensión teológica y de piedad, alcanzó su cima en las enseñanzas de san Anselmo de Canterbury (1109). Aunque no escribió ningún tratado al respeto que fuera propiamente teológico sobre la Madre de Dios de la Misericordia, sin embargo, en aquellos tiempos en los que le tocó vivir, las oraciones y las homilías eran ya como una especie de obra teológica, porque en ellas se presentaban los misterios de la fe de un modo directo, es decir, al nivel de la práctica de la fe. San Anselmo escribió tres oraciones dirigidas a la misericordia de la Madre de Dios, que se corresponden con diversos estados del hombre que busca la perfección. Su doctrina, está contenida en las citadas tres oraciones, que escribió a petición de un hermano de religión. Estas oraciones estaban compuestas más bien para ser leídas y meditadas, no tanto para ser recitadas, puesto que fueron escritas para personas que buscan la perfección, y cuyas almas se pueden hallar en diversas etapas de la vida espiritual. La primera de dichas oraciones estaba destinada al alma que se halla en un estado de espíritu dominado por la desidia y la pereza, la segunda, en cambio, está orientada a almas abatidas por la inquietud; finalmente, la tercera, debía ayudar a suplicar el amor de Cristo y María. La primera oración muestra al hombre que, por sus propios pecados no se atreve a presentarse ante Dios, y por eso suplica la mediación de María, cuya santidad extraordinaria no resta nada de su poder y misericordia. Los textos contenidos en esta oración debían despertar sentimientos de admiración por la Madre de Dios, de confianza en su misericordia, así como aumentar la fe en la eficacia de su intercesión, para que el hombre pudiera ser conducido al profundo convencimiento de que no existe otro remedio para su salvación que entregarse a María, consagrándose totalmente a Ella, y ponerse así bajo su maternal protección. Su intercesión, pues, puede alcanzar para el alma el perdón de los pecados, incluso de los más graves pecados.
La segunda oración de San Anselmo está destinada al hombre que ha roto con el pecado, pero aún se siente débil, no confía en sí mismo, y por eso busca la ayuda de María. Ella es Señora poderosa y misericordiosa, puesto que la fuente de su misericordia es Cristo mismo. Ambos, Jesús y María, aunque son misericordiosos, difieren en la forma de ejercer la misericordia. Cristo la administra por su propia voluntad; en cambio, María, lo hace a través de su intercesión ante su Hijo. Ambos llevan a cabo una misma obra de misericordia en favor de las persona; por eso, san Anselmo nunca presenta la misericordia de María en oposición a la justicia de Cristo. Oh Dios, que por misericordia te has convertido en Hijo de la Mujer – reza san Anselmo en su segunda oración – Oh Mujer, que por misericordia te has convertido en Madre de Dios: tened piedad de mi pobre pecador. Señor, ten piedad de mi, perdonándome, y Vos, Señora mía, ten piedad intercediendo por mí, o si no, mostradme ¿a quién debo recurrir?, mostradme, ¿en quién, más potente que vos, puedo poner mi confianza, en quién voy a confiar?
En la tercera oración de San Anselmo, éste se dirige a María como un hijo se dirige confiado a su madre y como un hermano que se dirige al Hermano Jesús. Sobre la Madre de Dios, san Anselmo dice que es también Madre nuestra. El autor presenta a María como Madre de misericordia, pero no sólo como la Madre de Dios y Reina, sino también como Madre de los hombres, como Aquella que les asiste con su ayuda y misericordia. Como Madre, ama a sus hijos, y desea que sus hijos también la amen a Ella. En esta oración, por primera vez, María fue llamada como Nuestra Madre, lo que en la conciencia del hombre de la Edad Media representaba un cambio radical y decisivo en la devoción mariana. Aun manteniendo un gran respeto por María, como la Madre de Dios, Reina y poderosa Señora, el creyente, al mismo tiempo, comenzó a dirigirse a la Virgen María como a su Madre. Este pensamiento fue el que dio lugar al desarrollo del concepto de la maternidad espiritual de María, como se puede ver en este fragmento: “Que nuestra buena Madre ruegue y suplique por nosotros. Que ella misma pida, que ella reclame lo que no es provechoso. Que implore a su Hijo por sus hijos, a su Único por sus adoptados, al Maestro por los servidores”.
San Bernardo de Clairvaux (1153) fue quien más contribuyó para que se diera la consolidación generalizada en la Iglesia de la devoción a María como Madre de la Misericordia. Gozó de gran autoridad y se caracterizó por un gran celo por alcanzar la gloria de la Madre de Dios, cuyo honor predicó incansablemente, no sólo entre el clero, sino sobre todo predicando a los fieles en general. Es por eso que tuvo un gran impacto en el desarrollo del culto a la Madre de Dios en la Iglesia de Occidente. En los textos de las oraciones y sermones que escribió, utilizó un lenguaje accesible a todos, por lo que las verdades que predicaba eran bien recibidas, comprendidas y se propagaban rápidamente. Alabamos su humildad, admiramos su virginidad, pero a los indigentes les sabe más dulce su misericordia: a la misericordia nos abrazamos con amor, la recordamos con frecuencia y más a menudo la invocamos (…) sobre todo, voy a hablar de su potente y gran compasión y de su poderosa intercesión, de su amor inmenso por nosotros, lleno de compasión, con el que viene a nosotros para socorrernos. El alma necesitada, que se apresure para ir a esta fuente, que acuda a esta abundancia de misericordia con toda su miseria…. Que tu misericordia permita conocer al mundo tu gracia, la gracia que has encontrado en Dios, y que tu santa oración alcance para los pecadores el perdón de sus culpas, a los enfermos la salud, y a los que están a punto de caer, les de soporte y la liberación.
San Bernardo, fue quien por primera vez señaló que María no sólo muestra su misericordia a aquellos que se lo piden, sino que también la muestra siempre a todos, puesto que su intercesión a la hora de obtener las gracias pertenece a la naturaleza misma de su amor materno. ¿Y por qué no iba a dar dones, puesto que no le falta poder ni la voluntad de hacerlo? – escribía – pues Ella es la Reina del Cielo, una reina totalmente misericordiosa. Finalmente, es la madre del Hijo único de Dios. Al desarrollar la doctrina de la mediación de María, escribió que Cristo nos podría haber bastado como mediador ante Dios, pero los fieles honoran en Él la majestad divina, ven en Él más bien a un Juez, y por eso se sienten ante Él algo intimidados. Es por eso que puede nos basta como mediador ante Dios, pero los hombres adoran la majestad divina en Él, ven el Juez y se sienten abrumados; por eso, parecía apropiado unir a María al Señor a la hora de mediar por nosotros. Porque sólo ella, la bendita entre todas las mujeres, no tiene una actitud pasiva, todo lo contrario: por eso, hay lugar para Ella en esta reconciliación con Dios. Necesitamos pues un intercesor ante este único mediador, y nadie mejor que María para interceder por nosotros con eficacia… ¿qué puede temer la debilidad humana para acercarse a María? En Ella no hay nada que nos produzca temor o sentimiento de amenaza, Ella es toda dulzura…está llena de benevolencia y de misericordia…agradece pues a Aquel que nos ha dado una mediadora tan maravillosa, de quien no hay nada que temer. San Bernardo también pregunta: «¿Por qué la Iglesia llama a María Reina de Misericordia?». Y responde: «Porque nosotros creemos que Ella abre el abismo de la Misericordia de Dios a quien quiere, cuando quiere y como quiere. Así que no hay pecador, por enormes que sean sus pecados, que se pierda si María lo protege”. Pero – dice San Bernardo – ¿qué temor pueden tener los miserables de recurrir a la Reina de Misericordia que no se manifiesta terrible o austera a quien le ruega, al contrario se demuestra toda dulzura y cortesía?». Este santo desarrolló su doctrina sobre la mediación de María basándose en el concepto de la misericordia. Predicó que la Madre puede alcanzar del Hijo todo lo que pida, y al mismo tiempo, tiene un corazón extraordinariamente tierno para con las personas, de una sensibilidad particular. Necesitamos un mediador para que pida por nosotros a nuestro Intercesor – escribió – y nadie es más eficaz para interceder por nosotros que María.
San Bernardo de Clairvaux, con su doctrina, fortaleció aún más y afianzó, para los siglos venideros, la devoción a la Virgen María, Madre de Misericordia. En las generaciones posteriores, aunque siguieron apareciendo nuevas oraciones, hermosas homilías y cantos de alabanza a la misericordia de María, en realidad éstas no aportaron nada nuevo en cuanto a la doctrina mariana referente la misericordia de María. La devoción a la misericordia de María, a través de los siglos, era una forma de devoción privada en la Iglesia de Occidente, porque no había en la Iglesia un culto litúrgico específico de la Madre de la Misericordia. La advocación de María como Madre de la Misericordia, aparece en el magisterio papal relativamente tarde; cabe mencionar aquí el siglo XVI, aunque inicialmente aparecía en el contexto de títulos relacionados con dicha advocación o similares. Cabe mencionar primero a Gregorio XIII, y luego a sus sucesores; al principio, dicho título se encuentra usado junto con advocaciones de contenido similar, como ya se ha dicho. Fue León XIII quien dio un rango mayor a la Virgen, en cuanto a la mediación de María a la maternidad de Cristo y también a la maternidad espiritual de las almas. León XIII ve la misericordia de María como el fundamento de su mediación ante Dios, y como una de las manifestaciones de su maternidad espiritual para con las personas; desarrolló la doctrina de la maternidad espiritual de María. Así por ejemplo, escribía: Aquellos que están abatidos por los remordimientos de conciencia, necesitan un intercesor y un custodio, que obtenga tal gracia de Dios y que se caracterice por tal bondad de espíritu, de modo que no niegue a nadie su solicitud y cuidados, incluso a los más desesperados, a los afligidos y oprimidos, para despertar en ellos la confianza en la misericordia de Dios.
El Papa Pío XII hizo hincapié en que la misericordia de María es una manifestación de su amor maternal hacia los hombres, y que tiene su fuente en Cristo mismo. María es llamada no sólo como Madre de Misericordia, sino que también se le da el título de Madre del amor de Dios, porque no sólo dio a luz a Cristo (el amor de Dios para nosotros), sino también porque Ella posee este amor en sí misma, y tiene la capacidad de despertar este amor en las almas. Madre del amor de Dios – escribió en una bella oración – Mantén vivo en nosotros, que somos tus hijos, el fuego del amor de Dios. Aviva el fuego en los corazones fervorosos. Préndelo en los corazones tibios. Enciéndelo en los corazones indiferentes, en aquellos que han permitido que se apagara. Haz renacer a la vida a aquellas almas pobres que la han perdido por el pecado. Y a todos aquellos que te suplican, oh Madre del amor de Dios, llénales con tu generosa bendición maternal, oh Virgen María, El Papa Pío XII, al poner juntos estos títulos de Dios, como Padre de Misericordia por un lado, y de María, que es Madre de la Misericordia por otro, indica que el origen de la devoción a la misericordia de María es el culto de Dios Padre, rico en misericordia. Cabe señalar que a partir de la devoción a la misericordia de María se han desarrollado otras formas de devoción a la Madre de Dios, pero todos tienen su fuente en su misericordia maternal.
En Polonia, la devoción a la Madre de Dios de la Misericordia está vinculado, desde hace 400 años, a la milagrosa imagen de la Virgen de Ostra Brama, Madre de la Misericordia, que se halla en el Santuario de Vilna, llamado también la Puerta de la Aurora, imagen que fue coronada solemnemente en 1927. Copias de esta imagen se encuentran hoy en no sólo en iglesias dedicadas a la Virgen de la Misericordia, o a la Virgen de Ostra Brama (de la Puerta de la Aurora), sino también en otras iglesias, capillas, conventos y monasterios, así como también en muchas casas de los fieles. El Papa Pío X autorizó la misa votiva en honor a Virgen Madre de la Misericordia, que se celebra el 16 de noviembre, tanto en Lituania como en Polonia, en la Arquidiócesis de Bialystok, donde se celebra la fiesta litúrgica en honor de la Madre de la Misericordia de Ostro Brama; también se celebra como una fiesta en las diócesis de Lomza, Warmia, y Drohiczyn. Antes de la fiesta litúrgica en la Puerta de la Aurora, en Vilna, y en algunas iglesias y comunidades religiosas, se reza una novena particular a la Virgen de Ostra Brama.
El culto a la Madre de la Misericordia sigue vivo en la Iglesia, cuya dinámica y desarrollo, tiene sin duda como motor el desarrollo de la devoción a la Divina Misericordia en las formas transmitidas por santa Sor Faustina, que pertenecía a la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia. En el Santuario de la Madre de Dios de la Misericordia, en Vilna, en la Puerta de la Aurora, fue donde se exhibió públicamente por primera vez la imagen de Jesús Misericordioso para su veneración pública, imagen pintada según la visión que Sor Faustina había tenido. No se trata pues de casualidades, sino de los insondables designios de Dios, que es quien conduce la profundización del misterio de su misericordia, revelado en Cristo y por Cristo, así como en su madre y a través de su amor materno.
Escrito por: hna. M. Elżbieta Siepak ISMM
En base al libro de: o. Andrzej L. Krupa, Maryja Matką miłosierdzia. w: Ewangelia miłosierdzia. Pallottinum Poznań -Warszawa 1970, s. 113-173.
Traducción del polaco: Xavier Bordas Cornet