Recuerdo de la madre Michaela Moraczewska
Superiora General de la Congregación de Hermanas
de la Madre de Dios de la Misericordia en los años 1928-1946
Un mañana de primavera del año 1924, cuando era superiora en la calle Żytnia, me avisaron de que en la portería una chica joven había venido a pedir su ingreso en la Congregación. Entonces bajé al locutorio y entreabrí la puerta pero aquella candidata, que estaba sentada de tal manera que no me veía, no me causó a primera vista buena impresión por su aspecto físico un tanto descuidado. Pensé: ¡eh, esta chica no es para nosotras! Y cerré silenciosamente la puer- ta con la intención de mandar a otra hermana para que le diera una respuesta negativa.
En aquel preciso momento pensé que, por amor al prójimo, sería mejor hacerle unas pocas preguntas para luego despedirme de ella. Entonces volví al locutorio y empecé a conversar con ella. Al momento me di cuenta de que la muchacha causaba mejor impresión cuando se conversaba con ella de cerca, por su agradable sonrisa, por la simpática expresión de su rostro, por su gran sencillez y sinceridad, también por el sentido común y la sensatez que mostraba al expresarse. Pronto cambié de opinión y quise aceptarla. La mayor dificultad era la pobreza material de Helenka Kowalska, y dejando de lado la cuestión de la dote, puesto que la Santa Sede puede liberar del aporte en caso de que fuera necesario, ella no tenía ningún ajuar personal y nosotras no teníamos fondos para este fin. Sin embargo le sugerí que por algún tiempo podría ir a trabajar como sirvienta doméstica con alguna familia y ahorrar así unos cientos de zlotis para el ajuar. Le gustó mucho la propuesta y decidimos que el dinero ahorrado iba a traerlo sucesivamente a la portería para guardarlo. Fue así como acordamos lo que se podía hacer por el momento, luego pronto me despedí de ella y me olvidé de todo.
Por eso me asombré mucho cuando unos meses más tarde me escribieron a Vilna, donde entonces yo me encontraba, explicándome que una jovencita había traído 60 zloty para ser guardados, y que se había referido a la indicación que yo le había dado. Sólo al cabo de un rato de intentar recordarlo, entendí de quién se trataba. Desde aquel momento los ahorros fueron aumentando, así que después de un año ya habíamos recogido varios cientos de zlotis, cantidad suficiente para el ajuar modesto de una monja. Durante este año, Helenka estuvo sirviendo en la casa de una señora (…), la cual estaba muy satisfecha con ella, pues más tarde, después de haber sido admitida al postulantado, la visitó varias veces. Entonces comentó a las hermanas que siempre se quedaba muy tranquila dejándola con sus hijos, por ser una persona tan segura, digna de confianza. Le dio pena que Helenka hubiera ingresado en la Congregación y según nos consta, pues nos lo dijo Sor Faustina, incluso una vez intentó quitarle de la cabeza la vocación.
Al poco tiempo de ingresar en la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, Helenka Kowalska fue enviada a Skolimów donde en 1925 teníamos alquilada una villa como residencia veraniega para las hermanas de Varsovia y para las muchachas bajo nuestra tutela. En otoño, sólo se quedó allí una de las hermanas por estar convaleciente, junto con una compañera y Helenka, la cual cocinaba para ellas cumpliendo muy bien con este deber.
Después de ingresar en la Congregación, Sor Faustina estuvo bajo la tutela de la madre Janina, una de nuestras hermanas más eminentes y bien formadas, que en aquel tiempo (en 1925), era la responsable de las postulantes de Varsovia. A la madre Janina le agradó mucho la joven, valoraba sus cualidades y se percató muy rápido de su espíritu de oración y recogimiento, pues a los pocos meses de acompañarla espiritualmente me dijo: Helenka es un alma muy estrechamente unida al Señor Jesús. Esta información me alegró mucho, pero no entré en detalles. No obstante, cuando Sor Faustina estaba ya en el noviciado de ”Józefów”, ella misma me contó cómo una vez, en la casa de Żytnia, estando en su celda tuvo una revelación del Señor Jesús, que vino para asistirla y ayudarla a combatir una fuerte tentación contra la vocación. Me parece que también se refirió a este acontecimiento en sus escritos.
Desde aquel momento, a menudo solía hablarme de sus vivencias místicas y me contaba las palabras interiores que oía en su corazón. En una ocasión, cuando aún era joven profesa en la casa de Varsovia, me dio el relato de sus revelaciones interiores, escrito a lápiz. Sin embargo, debo reco- nocer que no presté demasiada atención a estos relatos, que leí muy por encima. Tengo la impresión de que aquellas notas las incluyó en el Diario, que más tarde escribiría por indicación de su director espiritual.
Hizo sus primeros votos el 30 de abril de 1928. Un poco más tarde viajó a Varsovia para residir que la Congregación tiene allí, donde cocinaba para las muchachas bajo nuestra tutela. Las chicas que trabajaban con ella le tenían mucho respeto, tal como sabemos de sus propios testimonios; ellas nos lo empezaron a contar tras su muerte, conforme se iban enterando de lo mucho que había hecho para la propagación de la devoción a la Divina Misericordia. Tenían buenos recuerdos de ella y se sentían orgullosas y afortunadas de haber podido trabajar con ella. Lo mismo pasaba con las personas que habían convivido con ella en los otros conventos. Sor Faustina, durante el trabajo, conversaba con ellas de cosas edificantes y las alentaba a ofrecer pequeños sacrificios a Dios.
Las circunstancias se dispusieron de tal modo, que Sor Faustina debía ser trasladada con relativa frecuencia de casa en casa, así que acabó trabajando en casi todas las casas de la Congregación. Después de permanecer un cierto tiempo en Varsovia, (en la calle Żytnia) y en el barrio de Grochów, volvió otra vez al convento de Płock y desde allí se trasladó a Biała, una finca agrícola perteneciente al convento de Płock, para residir algún tiempo allí. En Płock, donde estuvo hasta su tercera probación (a finales del año 1932), trabajó sobre todo vendiendo pan en la panadería local. Se entregaba con esmero a sus nuevas obligaciones, así que ahora aprecio mucho más el gran empeño que aquella alma, tan rica interiormente, ponía en aquellas actividades cotidianas tan corrientes.
Más o menos un año antes de empezar la tercera probación, hubo cambios que causaron, a pesar de la gran cordialidad que nos teníamos y sin yo quererlo, que la hiciera sufrir. Por aquel entonces me había enterado, por la Superiora del convento de Płock, que Sor Faustina había recibido del Señor, en una de sus revelaciones, el encargo de (hacer) pintar la imagen de la Misericordia Divina. Mientras sus ricas experiencias místicas permanecían ocultas entre los muros del convento, aquello se trataba sólo de un secreto entre Dios, su alma y sus superiores, y por tanto yo me alegraba al conocer tales gracias y lo consideraba un gran don de Dios para la Congregación. La cosa cambió cuando las revelaciones y visiones de Sor Faustina empezaron a manifestarse hacia el exterior. Tenía mucho miedo de que se introdujeran cosas novedosas, por pequeñas que fueran en la vida de la Iglesia, como devociones falsas etc. Como que yo era Superiora General, me sentía responsable de nuestra Congregación.
También temía que Sor Faustina, en sus relatos, se basara en una imaginación excesiva o sospechaba que pudiera tener algún tipo de histeria, porque no siempre lo que presagiaba se acababa cumpliendo (…). Por esta razón, así como me gustaba escucharla cuando, con sinceridad y sencillez, me contaba sus maravillosos pensamientos y revelaciones sobrenaturales, no obstante, cuando pedía que yo adoptara alguna acción o que hiciera algún paso hacia el exterior para darlo a conocer, todo eso lo trataba con una cierta distancia y reserva, buscando a veces el consejo de algún teólogo conocido.
La Superiora de Płock mencionó que Sor Faustina quería pintar un cuadro y ella misma me lo dijo algo más tarde al venir a la casa de Varsovia para hacer su tercera probación; entonces yo le contesté: Bien hermana, le daré la pintura y el lienzo para que pinte. Pero ella se marchó apenada y, según me consta, pidió a algunas de las hermanas si le podían pintar la imagen de la Misericordia que el Señor Jesús le había encomendado. Lo hacía con mucha discreción pero sin éxito, porque aquellas hermanas tampoco sabían pintar: era muy visible hasta qué punto estaba preocupada y absorbida por este pensamiento.
El período de preparación para sus últimos votos fue para Sor Faustina, tal como hoy lo veo, bastante duro y difícil. La cuestión de pintar el cuadro seguía siendo importante para ella, y además su salud empezó a empeorar notablemente; por eso tuvo que ir al médico con frecuencia, pero éste no conseguía encontrarle ninguna enfermedad. Hoy me parece que el diagnóstico de aquel doctor fue erróneo. Finalmente, la madre Janina, que la comprendía tan bien al principio de su vida religiosa, al oír hablar sobre aquellas revelaciones, la reprendió fuertemente varias veces para que no se dejara llevar por aquellos fenómenos extraordinarios, porque temía que la podían llevar por caminos falsos, etc. A Sor Faustina, que era muy sensible, aquellas amonestaciones le afectaban mucho, sentía con dolor que la tuviesen que reprimir de aquella manera…
Todo ello acarreaba que Sor Faustina, absorta interiormente con todo aquello que le pasaba, ayudara con menos celo de lo habitual a la hermana costurera, a la que había sido designada como ayudante (con cierto sacrificio de la última).
Aparentemente todo iba correctamente y de manera normal, por eso en el plazo fijado, después del retiro, Sor Faustina hizo sus votos perpetuos en Józefów el día 30 de abril [1 de mayo] de 1933. La probación previa a los votos tuvo lugar en Varsovia y la Madre Margarita Gimbutt fuer la Maestra que la acompañó durante este período.
Como que conocía bien a su alma [Sor Faustina], yo entendía que ella precisaba mucho de un una buena dirección espiritual, con un padre experimentado; por esa razón quería que después de los votos se quedara en Józefów para poder tener dirección espiritual con el Padre Andrasz SJ, a quien ella tenía mucha confianza. Sorprendentemente no ocurrió así. El Padre Andrasz según los designios de Dios, sería quien la acompañaría en los últimos momentos de su vida.
Las nuevas profesas tenían ya designadas sus obligaciones, no obstante Sor Faustina aún estaba a la espera para conocer las suyas. Mientras tanto, vino una carta de la casa de Vilna en la que pedían una hermana para trabajar en el jardín. La única candidata apropiada para este puesto, en aquel momento, era Sor Faustina. Tras unos días de vacilación la llamé y le presenté esta posibilidad, diciéndole: Hermana, Usted sabe cuánto querría que se quedara aquí pero no es posible. Ella me respondió con sencillez que iría con ganas y que confiaba que también allí encontraría a un buen director espiritual. Efectivamente, encontró al padre Sopoćko que fue quien propagó y desarrolló en gran manera la devoción a la Divina Misericordia.
Tras llegar a Vilna, Faustina se puso a trabajar con gran afán en el jardín. Lo cierto es que no estaba preparada profesionalmente para este tipo de trabajo, pero con el consejo de los jardineros y gracias a su innata inteligencia consiguió resultados excelentes. En una ocasión, cuando vinieron al convento unos invitados, altos funcionarios del gobierno que querían visitar nuestro centro, una de las señoras me dijo: ¡Veo, hermana que Ustedes deben tener una jardinera muy buena especialista en jardinería!
El Padre Miguel Sopoćko, confesor de las hermanas de Vilna, se interesó por Sor Faustina y pidió mandarla al médico para que le examinara el sistema nervioso y su estado psíquico. Al recibir resultados favorables del examen médico, habló con la Superiora de la casa, la Madre Irene, sobre la posibilidad de hacer pintar la imagen de Jesús Misericordioso. Me alegré mucho de saber que aquel sacerdote se ocuparía del asunto. El cuadro lo pintó, como es sabido, el pintor Kazimirowski, siguiendo las indicaciones de Sor Faustina. El artista realizó también esbozos más pequeños, así lo deduzco, puesto que uno de ellos me lo trajo la hermana luego a Varsovia al volver de Vilna en el año 1936 y me pidió que lo colgara en la capilla de la casa o en la sala de congregación, añadiendo que así lo deseaba el Señor. Sin embargo, yo le expliqué que aquella imagen tan original sorprendería mucho a las hermanas y que entonces habría que explicar a todas su origen, lo que resultaría difícil. Así las cosas, guardé el esbozo en el archivo, que más tarde se quemó durante el levantamiento junto con toda la casa.
Actué de modo similar con la cuestión de la Coronilla a la Misericordia Divina. Cuando Sor Faustina me confió que Jesús le había enseñado una oración, que era una nueva coronilla, la escuché con atención y ahora no me acuerdo muy bien de qué modo reaccioné: o bien no le respondí nada o, tal vez es posible que le dijera cualquier cosa. No obstante, más tarde volvió a mí y me propuso que si quería, ella podía escribirme aquella Coronilla en una hoja de papel: hasta el día de hoy conservo esa hoja. Sin embargo, no di mi conformidad para rezarla en comunidad, explicándole que durante las oraciones nocturnas ya rezábamos una coronilla similar a la misericordia Divina, que además tenía indulgencia. Me contestó: Pero esta es otra – y ya no hablamos más de este tema.
Una vez en Vilna, Sor Faustina se dirigió hacia mí para decirme que el Señor deseaba que se fundara una nueva congregación dedicada exclusivamente a rendir honor a la Divina Misericordia. Debía ser una orden de clausura. Aunque no lo expresara con palabras, se podía notar que ella creía que había sido llamada para fundar esa congregación. Admití esta idea como un proyecto para un futuro lejano, le expresé mis dudas sobre si aquella idea venía realmente de Dios y si Sor Faustina había discernido correctamente aquella inspiración (como ejemplo de una comprensión errónea de las llamadas de Dios le hablé de San Francisco de Asís quien al oír las palabras: ¡Renueva mi Iglesia!, se puso a reconstruir la iglesia de San Damián) y por eso le recomendé rezar, reflexionar y esperar.
De momento, el asunto quedó silenciado, pero no por mucho tiempo, porqué Sor Faustina seguía estando poseída por aquella idea. Por eso, pronto volvió a hablarme de ello. Ante sus renovadas e insistentes peticiones, adopté una postura más decidida, especialmente al considerar la posibilidad de que dejara la congregación. Pero yo le decía que como Madre General era la responsable de la vocación de las hermanas, y por lo tanto no le podía dar mi conformidad a su propósito de dejar la Congregación, sin antes haberlo considerado muy detenidamente y sin asegurarme de que aquello procedía de la voluntad de Dios, es decir, que no era una tentación de Satanás. La advertí mucho, pues Satanás podía querer apartarla de la vida religiosa para hacerla volver al mundo, y que en tal caso ya no sería Sor Faustina sino que volvería a ser Helenka Kowalska. Entonces le dije: – en estos momentos no tengo inspiración alguna, por eso le sugiero que rece para que Dios me de la luz necesaria o alguna señal, sea exterior o interior, para poder discernir bien el asunto.
Hablamos acerca de aquel asunto varias veces y en una ocasión se fue apenada y dijo: Entonces, ¿todo lo que oigo son alucinaciones? Yo le respondí con toda sinceridad: – No, hermana, noto que Usted tiene una potente luz de Dios, pero siempre es posible que la persona que experimenta tales vivencias añada de su propia cosecha ciertas cosas. Es posible que haya que fundar esta congregación, pero dudo que Usted sea quien tenga que fundarla. Por lo tanto, ¡mejor esperemos!
Entonces vi que sufría mucho, se podía ver lo doloroso que resultaba para ella pensar que ponía tener que dejar nuestra congregación que tanto quería (deseaba que su hermana también ingresara en ella). Por otra parte, le parecía que debía cumplir con la voluntad de Dios, y por lo tanto aquellos años fueron, quizá, los más duros y difíciles de su vida. En aquella época, solía estar triste y apagada, pero siempre permaneció fiel a sus obligaciones.
Para ayudarla a encontrar el equilibrio anímico, y al mismo tiempo, procurando cortar con aquella situación, después de hablar con las consejeras del Consejo, la hice mudarse de Vilna a Cracovia en la primavera del año 1936. A mitad de camino se detuvo en Walendów, donde permaneció varias semanas, y luego en Derdy, donde se precisaba su servicio por varios motivos. En aquel entonces, me sorprendió que en ambas casas las hermanas quedaran tan fascinadas con ella, como sé con certeza, puesto que las hermanas expresaron su deseo de que se quedara con ellas. Su comportamiento las edificó muchísimo.
En Jozefów, Sor Faustina fue destinada a trabajar en el jardín, pero su actitud interior permanecía inalterada. Seguía teniendo muchas dudas: ¿debía permanecer en la Congregación o tenía que fundar una nueva?
Sor Faustina siguió manteniendo correspondencia con el Padre M. Sopoćko, que la visitó varias veces y pudo hablar con ella sobre el estado de su alma, pero sólo de vez en cuando, puesto que en Cracovia la acompañaba espiritualmente el Padre Andrasz SJ.
Al poco tiempo aparecieron síntomas de enfermedad pulmonar, por lo que a principios del otoño de aquel año, fue ingresada en la clínica de Prądnik. Aconsejada por el doctor que la trataba, permaneció allí todo el invierno, con lo que su estado de salud mejoró notablemente, hasta tal punto que pronto pudo volver a casa. Allí volvió a colaborar en las tareas del jardín.
Me informó de sus intenciones de encontrarse con cierta persona, que según el P. Miguel Sopoćko podría ser la persona apropiada para la futura congregación, y que en aquellos días debía ir a Łagiewniki. Le di permiso pero finalmente no llegó a tener aquel encuentro. Cuando en 1937 me preparaba para llevar a cabo la visitación del convento de Cracovia, pregunté a las consejeras del Consejo cómo veían la posibilidad de que Sor Faustina abandonara la Congregación, ya que ella seguía con aquella misma inquietud referente a la nueva congregación. Las consejeras me expresaron su conformidad, aunque a todas nos daba pena tener que perder a una hermana tan buena y fervorosa, pero por otra parte temíamos llevar la contraria a la voluntad de Dios.
Encontré a Sor Faustina muy tranquila, pero cuando tuvimos nuestro encuentro, de inmediato volvió a presentar su petición. Según nuestra resolución anterior, le respondí sin detenerme a pensar, que estaba de acuerdo. Me di cuenta entonces, que se quedó sorprendida y me preguntó si yo me ocuparía de realizar todas las formalidades que fueran necesarias. Cuando yo le dije que no sabía muy bien cómo justificar que el motivo para dejar la Congregación eran aquellas revelaciones interiores y apariciones, entonces ella me pidió que hablara con el Padre Andrasz SJ, el cual, como supimos más tarde, se encontraba ausente. Naturalmente accedí a su propuesta y nos separamos.
Aquel mismo día por la tarde, me fui a nuestra casa de Rabka para pasar allí algunos días, y al volver, seguí de cerca el comportamiento de Sor Faustina. Para mi mayor sorpresa, vi que realizaba todas sus obligaciones y deberes como si nada hubiera pasado, así que esperé un tiempo, y luego la llamé y le pregunté si la cuestión de su partida seguía en pie. Entonces ella me respondió con sinceridad y simplicidad, que al darle yo plena libertad para decidir y actuar, sintió en su alma como si estuviera ante un precipicio negro, completamente sola y abandonada, incapaz de dar ni un solo paso en este asunto, con lo que se le fueron por completo las ganas de dejar la Congregación. Hablamos de ello durante algún tiempo con cordialidad, y desde entonces ya nunca más volvimos a hablar sobre aquella cuestión. Hoy, me parece que aquella oscuridad repentina del alma era la señal de Dios que estábamos esperando.
Durante la Semana Santa de 1938 Sor Faustina volvió a ser ingresada en la clínica de Prądnik, pues su primera estancia allí le había ido bien. En el Sanatorio, como la primera vez, Sor Faustina dejó muy buena impresión, sorprendiendo a pacientes, enfermeras y a los médicos. Allí fue donde la vi por última vez. En Julio, estuve en «Józefów» y al saber que la enfermedad avanzaba rápidamente, fui a visitarla. Nuestro último encuentro me dejó la mejor impresión, y muy gratas memorias. Sor Faustina se puso muy feliz, llena de alegría. Ella me contó con entusiasmo varios episodios de su estancia en el hospital, así que la hora que tenía entre los dos autobuses se me pasó volando. No hablamos de sus asuntos interiores; pero en el momento de despedirnos, me dijo llena de gozo: Madrecita, podrá leerlo todo, y miraba hacia donde tenía sus notas, pero no daba la impresión de estar tan gravemente enferma, pues iba de su habitación a la capilla. En agosto, sin embargo, me informaron de que su estado de salud se había agravado mucho. Por eso le escribí unas rallas para mostrarle mi compasión por ella, y le recordé que el P. Sopoćko estaría en el Sínodo de Częstochowa, y que aprovechando la ocasión, seguro que la visitaría. Por lo visto aquellas palabras le dieron mucho consuelo, pues esta carta mía, después de su muerte, se la encontraron entre las cartas de sus padres espirituales en un pequeño cofre, y como respuesta me mandó una hermosa carta, que es la que pongo aquí a continuación. No tiene fecha, pero con certeza la escribió a finales de 1938.
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J. M. J.
Queridísima Madrecita
Le agradezco cordialmente el „sekretnik”. Me agradó mucho. Le doy las gracias también por las noticias sobre el padre profesor Sopoćko. Es un sacerdote santo de verdad.
¡Queridísima Madrecita! Me parece que ésta es nuestra última conversación en la tierra. Me siento muy débil y estoy escribiendo con una mano temblorosa. Sufro tanto cuanto soy capaz de soportar. Jesús no da por encima de las fuerzas. Si los sufrimientos son grandes, la gracia de Dios es potente. Confío plenamente en Dios y en su santa voluntad. Me envuelve una añoranza de Dios cada vez mayor. La muerte no me aterroriza, mi alma abunda en una gran serenidad.
Hago todavía todos los ejercicios espirituales, me levanto también para la Santa Misa, sin embargo no asisto a toda, porque me mareo. Me aprovecho tanto cuanto puedo de las gracias que Jesús nos dejó en su Iglesia.
Queridísima Madrecita, le doy las gracias con el corazón lleno de agradecimiento por todo lo que he recibido de la Congregación, desde el primer momento hasta ahora. Le agradezco, Madrecita, especialmente, una sincera compasión y las indicaciones en los momentos difíciles que parecían imposibles de sobrevivir. ¡Qué Dios se lo pague generosamente!
Y ahora, en el espíritu de sumisión religiosa, humildemente le pido perdón por no haber observado las reglas con exactitud, por haber dado un mal ejemplo a otras hermanas, por la falta de celo en toda la vida de convento, por todos los desagrados y sufrimientos que hubiera podido causar a la Madrecita, aunque inconscientemente.
En los momentos difíciles, la bondad de la queridísima Madrecita era mi fuerza.
En el espíritu, me arrodillo a los pies de la queridísima Madrecita y le pido humildemente que me perdone todas mis transgresiones y le pido la bendición para la hora de la muerte.
Confío en la potencia de las oraciones de la Madrecita y las queridas hermanas. Siento que me soporta alguna potencia.
Perdone que escriba mal, pero la mano me tiembla y se entorpece.
Hasta la vista, queridísima Madrecita, nos veremos en el cielo, a los pies del trono de Dios. Y ahora, ¡que la Divina Misericordia sea glorificada en nosotros y a través nuestro!
Con el mayor respeto le beso las manitas de la Queridísima Madrecita pidiendo la oración.
La mayor miseria y nulidad, sor Faustina
Seis semanas más tarde ya no vivía, y tres semanas antes de morir, volvió del hospital de Prądnik, para morir en casa entre sus hermanas de la Congregación, y así, el día 5 de octubre, el Señor la llamó para la Casa del Padre.
m. Michaela Moraczewska
„Józefów”, 1948
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Publicado en „Orędzie Miłosierdzia”, nr 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31.
Traducción al español – Xavier Bordas Cornet