Recuerdos de la Madre Irene Krzyżanowska
Superiora de Sor Faustina en Vilna y Cracovia
Fui superiora de Sor Faustina en Vilna. Sor Faustina vino a Vilna en 1929. Se me presentó como una hermana responsable y formada en la vida espiritual. Era discreta a la hora de exteriorizar sus sentimientos, por eso no la inquietaba para que no perdiera la tranquilidad de su alma y la serenidad. Después, cuando por el asunto de pintar el cuadro ella necesitó ayuda exterior y ella sola no se veía capaz de hacerlo, el tema de sus revelaciones se esclareció para mí, sin embargo no quise hacerle demasiadas preguntas sobre eso. Yo era de la opinión que aquellos asuntos eran muy serios y que ella precisaba de una persona con experiencia, por eso la mandé con sus diversas dudas a nuestra Superiora General, la Madre Michaela.
Me gustaba observar con qué tranquilidad trabajaba, sabía pasar del trabajo a los ejercicios espirituales, dejando el trabajo sin acabar, por obediencia. Al principio me di cuenta que solía estar muchas veces en la capilla, sumergida en la oración, pero las hermanas, agotadas por el trabajo a veces decían: ¿os parece bien ir al Señor y dejarnos a nosotras sin ayudarnos? Cuando le llamé la atención sobre esta cuestión, diciéndole que intentara ayudar y facilitar a las otras hermanas para que también ellas pudieran ir a los ejercicios espirituales, desde entonces no he necesitado decírselo ninguna vez más.
Iba con gusto a cada una de sus obligaciones, y a pesar de no tener preparación pensaba que la obediencia haría el resto y, evidentemente, así sucedía. Cuando empezó a trabajar en el jardín no sabía nada, pero poco a poco fue aprendiendo mucho: trabajaba con entusiasmo, especialmente en el invernadero y, con ilusión se asesoraba sobre este campo con especialistas. A los niños les gustaba trabajar con ella y apreciaban su trato delicado. Tenía mucha paciencia, nunca oímos hablar a Sor Faustina diciendo que nuestros niños no servían para nada y que no podía enseñarles nada, etc. Siempre se acercaba a ellos con una gran paciencia y su amable sonrisa hacía que quisieran estar con ella. Los niños se fijaron sobre todo en la virtud de la obediencia, pero también en otras virtudes.
Luego vino el asunto de pintar el cuadro. Cuando todo estaba arreglado y ya se había hecho el encargo al profesor Kazimirowski, íbamos de paseo hacia Rossa donde tenían su convento las hermanas de la Visitación, y donde residía el pintor, para que Sor Faustina pudiera darle las indicaciones pertinentes para poder pintar la imagen. Cuando el cuadro estaba casi terminado, entré con Sor Faustina a la habitación y las dos teníamos que dar nuestra aprobación acerca de la imagen. Sor Faustina no estaba contenta del todo lo cual preocupó al profesor Kazimirowski. A pesar de nuestras críticas, el cuadro daba una impresión diferente a otras imágenes.
Cuando Sor Faustina volvió a Józefów, yo también estaba allí; la veía a menudo agobiada porque el tema de la fiesta de la Misericordia Divina avanzaba lentamente, igual que el culto de la Divina Misericordia. A causa de todo ello, se podía notar ella cambios en su estado de ánimo: unas veces estaba muy alegre, otras más triste, lo cual no solía ocurrirle antes.
En nuestra conversación, cuando ella hablaba de la nueva congregación, yo le decía que la Divina Misericordia no se iría de nosotras y ella tampoco lo negaba.
Una copia del cuadro fue llevada a Cracovia para reproducir la imagen y hacer las estampas pedidas por el padre Sopoćko. El padre me pidió que fuera con Sor Faustina al Sr. Cebulski, donde debían ser impresas las estampas y la Novena. Llevé a sor Faustina a Cracovia, sin decirle para qué íbamos a la ciudad, pero ella en el camino me dijo con una sonrisa: Yo sé porque mi Madrecita hoy me lleva consigo.
Observé en Sor Faustina los siguientes rasgos: gozaba con las alegrías de la Iglesia y se entristecía cuando ésta sufría, odiaba el pecado y hacía todo lo posible para evitarlo, incluso el más mínimo y por eso recibía a menudo los sacramentos, para purificarse de sus imperfecciones. Sus pen- samientos siempre estaban dirigidos hacia Dios, y [los] expresaba a menudo con estas palabras: ¡Oh, qué bueno es Dios! Su amor hacia Dios se revelaba en sus conversaciones apasionadas sobre Él. Aprovechaba cada ocasión para llenar el corazón de confianza.
Se distinguía por su honestidad, se notaba que amaba la soledad, el silencio y la oración. Sigo viéndola arrodillada en su reclinatorio en la capilla, con la mirada fija en el tabernáculo, nunca la vi tumbada en el reclinatorio. Sus ojos se llenaban de esplendor cuando miraba al Santísimo Sacramento, eran resplandecientes como si hubieran visto al mismo Señor Jesús. No era efusiva exteriormente y así ocultaba su santidad. Evitaba elogios y el reconocimiento de otras personas, pero las personas de su entorno la consideraban extraordinariamente virtuosa, se daban cuenta de las gracias que recibía de Dios y a menudo la pedían oración, confiando en su eficacia.
La veía siempre serena, también destacaba por su paciencia y fortaleza, especialmente durante su última enfermedad que soportó pacientemente, despertando en su interior actos de amor a Dios. Predijo el día de su muerte diciendo que moriría el 5 de octubre.
Si se trataba del asunto de la Divina Misericordia, le costaba mucho abnegarse de su voluntad, pero con el tiempo fue cambiando mucho y todo lo sometía dócilmente a la voluntad divina; y ante cualquier cosa que se le decía respondía: Si es la voluntad de Dios, está bien.
No descubrí grandes defectos en ella, solamente pequeñas imperfecciones que no producían rechazo y poco a poco acababan desapa- reciendo; en las últimas semanas de su vida se notaba que su alma estaba muy estrechamente unida al Señor, su vida espiritual resplandecía hacia fuera, así que daba pena irse de su celda. Estando enferma en el hospital de Prądnik la visité varias veces; una vez me llamaron diciendo que Sor Faustina se había puesto muy grave, entonces yo fui enseguida para verla pero la vi muy tranquila. Le propuse recibir los sacramentos y lo aceptó con gusto, diciendo: Si lo desea, madrecita, está bien. Los recibió con mucha unción. A una de las hermanas le dijo: De todos modos yo sabía que no moriría.
Durante una de mis visitas me contó como la visitaban los enfermos y también me habló sobre el director del sanatorio, explicándome que le confiaba sus preocupaciones en el hospital. Una vez, cuando estaba allí, este señor vino a ver a Sor Faustina, se sentó en la silla que estaba a su lado y dijo: Al buen niño se le va a visitar al final, después de los demás.
Para todos tenía una sonrisa y una buena palabra, por eso conquistó mucha simpatía y reconocimiento en el sanatorio por parte de los demás. Cuando volvió de Prądnik, me gustaba visitar a nuestra enferma en su celda porque tenía emanaba paz y encanto. Había cambiado mucho: todo agobio que pudiese aparecer debido al asunto de la Misericordia Divina se lo tomaba con calma, aceptando con docilidad la voluntad de Dios: Habrá la Fiesta de la Misericordia Divina, lo veo, quiero solamente la voluntad de Dios. (…)
Durante su última enfermedad decía: Estoy bien con esta enfermedad…Madrecita, verá que la Congregación tendrá mucho consuelo por mi causa… cuando yo le pregunté en una ocasión que si estaba contenta de que iba a morir en nuestra Congregación, contestó: Sí.
Poco antes de morir, cuando la volví a visitar, se incorporó de la cama pidiendo que me acercara hacia ella y me dijo estas palabras: el Señor quiere elevarme y hacerme santa. Notaba en ella mucha seriedad, Sor Faustina recibía esta promesa como un regalo de la Divina Misericordia sin sentir orgullo por ello. Salí de esta última visita a Sor Faustina conmovida por lo que me había dicho, sin darme cuenta de la importancia estas palabras.
Madre Irena Krzyżanowska
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Publicado en: „Orędzie Miłosierdzia”, nº 32, 33.
Traducción al español – Xavier Bordas Cornet