La Madre Eva de los príncipes Sułkowski, condesa Potocka
(1814 – 1881)
La fundadora de la Congregación
Nació el día 22 de octubre de 1814 en Varsovia, como la cuarta de entre los cinco hijos del matrimonio de nobles polacos, el príncipe Antoni Pablo Sułkowski y Eva Kicka. En el bautizo recibió el nombre de Eva. Después de la muerte de su madre, en el castillo de Rydzyna, permaneció bajo la tutela de su padre, quien velaba por la educación y formación de sus hijos en el espíritu de los valores cristianos y patrióticos. En 1838 se casó con el conde Vladislao Potocki, de Chrząstów cerca de Częstochowa. Tras la muerte de su esposo, y como que no habían tenido hijos, empezó a contemplar la posibilidad de dedicar su vida completamente a Dios y fundar una obra de misericordia. Siguiendo el consejo de su director espiritual, el padre Segismundo Golian, junto con dos compañeras más, viajó a Laval (Francia) para familiarizarse con los métodos de trabajo en la mejora y reforma de las vidas de muchachas y mujeres que habían llevado una vida moral desordenada, bajo la supervisión de la madre Teresa Rondeau. Después de haber hecho un breve noviciado, llegó el día de su toma de hábito, en el que recibió su nombre de religión: Teresa. Ella sacó de Laval, la experiencia que había adquirido y las premisas que iban a garantizar el mismo modelo de vida conventual y de trabajo apostólico de una nueva institución independiente, que pensaba iniciar en Polonia. Después de regresar al país, aceptó la invitación del arzobispo de Varsovia, Segismundo Szczęsny Feliński, para ponerse al cargo y tomar la dirección de la “Casa Refugioˮ, en la calle Żytnia de Varsovia, casa que se consagró el día 1 de noviembre de 1862. Esta es la fecha que se considera como el principio de la existencia de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, en Polonia. En 1868, la madre Potocka abrió una casa en Cracovia. En 1878 aceptó la propuesta hecha por la Congregación de Laval de juntar ambas comunidades religiosas, la de Polonia y la de Francia, con el fin de solicitar la aprobación canónica por parte de la Santa Sede. Después de recibir el decretum laudis de la Santa Sede, la Madre Potocka gestionó las casas polacas como Vicaria de la provincia polaca, dependiente de la Superiora General de Laval. Falleció después de una larga enfermedad, el día 6 de julio de 1881 en Wilanów, y fue enterrada en la tumba de la Congregación, en el Cementerio Powązki de Varsovia.
1. La familia de los príncipes Sułkowski
La madre Teresa Potocka nació en el seno de la familia de los príncipes Sułkowski. Su padre, el príncipe Antoni Pablo Sułkowski (1785-1836), hijo de Antoni y Carolina, una condesa checa del linaje Bubna-Littitz. Recibió una sólida formación en la Escuela de Caballeros de Varsovia y en la Universidad de Goting, en Alemania. Después de terminar la carrera, regresó a Rydzyna para administrar el patrimonio. A sus 22 años se casó con Eva Carolina Kicka (1786-1824).
Eva Carolina Kicka fue criada en el Castillo Real de Varsovia, donde su padre, Onofre Kicki, servía fielmente como chambelán del último rey de Polonia, Estanislao II Augusto Poniatowski, y después, trabajó en la casa del sobrino del rey, el príncipe Josef Poniatowski. Eva Carolina destacaba por su bondad, amabilidad, delicadeza, tacto y por tener un carácter sereno y cordial.
La boda de Antoni Pablo Sułkowski y Eva Carolina Kicka se celebró el día 14 de enero de 1808 en la iglesia de la Santa Cruz, en Varsovia. Unos meses más tarde, el príncipe Antoni Pablo ingresó en el ejército. En los años 1808-1815, como muchos de sus compatriotas, se alistó en las tropas de Napoleón y luchó con la esperanza de recuperar la independencia para la nación polaca. Al principio fue coronel de infantería del Gran Ducado de Varsovia, después ascendió a general de brigada y edecán de Alejandro I, el imperador del Zarato de Polonia. Por eso, durante los primeros años de matrimonio, estaba lejos de la familia. Durante su ausencia, la esposa Eva permanecía bajo la protección de sus padres en el palacio de los Branicki de Varsovia. Fue allí donde nacieron las cuatro hijas de Antoni Pablo y Eva Carolina. En 1811 nació Taida Carolina, y un año más tarde Helena Carolina. La tercera niña, la hija preferida de Antoni Pablo (la posterior madre Teresa Potocka), nació el 22 de octubre de 1814. A los tres días, la niña fue bautizada en la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia, donde recibió como nombres de bautismo los de su madre: Eva Carolina. La cuarta hija, Teresa Carolina, nació el año 1815. En 1818, el general Antoni Pablo regresó definitivamente a casa, para residir con su familia en el castillo de Rydzyna, donde en 1820 nació Augusto (Gustlik), el único hijo varón de Eva Carolina y Antoni Pablo.
2. Infancia y juventud
Antoni Pablo y Eva Carolina querían mucho a sus hijos. Los criaron en un ambiente de respeto mutuo y armonía familiar. La pequeña Eva era la hija preferida de su padre. En una de las cartas que escribió a su querida esposa, Antoni Pablo escribió: “Evita tiene toda Tu alma, por eso ocupa un lugar especial en mi corazón.” Pasaba mucho tiempo con su pequeña, luego adolescente, la Princesita, como la solía llamar. Más tarde, le empezó a encargar incluso asuntos relacionados con los negocios, porque veía en ella una mayor madurez que en sus hermanos y ponía grandes esperanzas en ella, en cuanto al futuro, lo que menciona en una carta a su esposa: “Será nuestro consuelo.” Eva se parecía a su padre en varios aspectos, especialmente en cuanto a su firmeza, energía y a la gran determinación que tenía. Todas estas cualidades naturales, junto con la inmensidad de gracia que Dios le otorgó, le ayudaron posteriormente a aceptar y cumplir fielmente con los planes de Dios.
En el año 1824, cuando Eva tenía solamente 10 años, murió su madre. Ésta fue una experiencia muy difícil con la que tuvo que afrontarse, aún siendo niña. El príncipe Antoni Pablo también sufrió mucho por causa de la muerte de su querida esposa y se sumió en un estado de tristeza, durante mucho tiempo. Nunca volvió a casarse, y dedicó el resto de su vida al trabajo y a la educación de sus hijos. Quiso ser para ellos madre y padre a la vez. Teresa Kicka, la hermana de su esposa fallecida, le ayudaba a cumplir con este deber tan responsable. El padre de Eva procuraba que sus hijos tuviesen un desarrollo lo más completo posible, se preocupaba especialmente de que su vida espiritual fuera profundizándose, sin descuidar el desarrollo de los valores morales e intelectuales. A menudo, viajaba con ellos a Dresde, como parte de sus propósitos educativos y recreativos. Intentaba proporcionarles todo lo mejor. Sin duda alguna, Eva Teresa debía su excelente educación a su amado padre.
Cuando Eva tenía 17 años (en 1831), murió su abuela paterna, Carolina, la condesa Bubna, baronesa Littitz. Pocos años después, el 13 de abril de 1836, moría inesperadamente su querido padre, el príncipe Antoni Pablo, a sus 51 años, sentado en una silla y cantando el himno nacional polaco: Polonia aún no ha perecido, mientras nosotros vivamos… y en 1839, la hermana mayor de Eva, Taida.
3. Matrimonio
A sus 24 años, Eva dejó Rydzyna y fue a Dresde, donde había vivido su abuela Carolina. Allí se casó con el conde Vladislao Potocki, que era un año menor que ella. La boda se celebró el día 19 de marzo de 1838, en la iglesia de San Miguel de Dresde. Los amigos felicitaban a Eva diciendo: Que esa buena Eva sea tan feliz como se lo merece, porque ha sido tan dotada, tanto de sentido común como del don de la prudencia; además, tiene buen corazón y es capaz de hacer las mayores renuncias.
Al principio, los recién casados se fueron a vivir al castillo paterno de los Potocki en Chrząstów. Sin embargo, más tarde, deseando apartarse del “mundo”, se mudaron a una pequeña propiedad de Vladislao, en Piotrkowice Małe, cerca de Cracovia. Allí, la pareja vivió en una bonita residencia, aunque sencilla, con capilla, en la que de vez en cuando un sacerdote celebraba la santa Misa. Eva y Vladislao mantenían contacto cercano con Paulina Wielopolska, la hermana de Vladislao, y su marido, el marqués Alejandro Wielopolski de Varsovia. Hacía mucho que Eva y Paulina tenían un fuerte vínculo espiritual, ambas procuraban tener una relación más íntima con Dios y deseaban dedicar sus vidas al Señor. Así pues, ambas ingresaron en la la orden Terciaria de Santo Domingo, de los Padre Dominicos. Eva, como terciaria, recibió el nombre de hermana Magdalena de Pazzis, mientras que Paulina, se convirtió en la hermana María Magdalena.
El matrimonio sin sucesión de Eva y Vladislao duró 17 años y fue marcado por un gran sufrimiento. Vladislao, que padecía tuberculosis, tenía que ir a balnearios a causa del tratamiento médico que recibía, mientras que Eva se quedaba sola en casa. Durante un tiempo Eva y Vladislao Potocki vivieron en Cracovia, en la calle Bracka, a causa de su tratamiento. Fue entonces, después de la muerte del confesor y guía espiritual de ambos, el p. Carlos Antoniewicz SJ, cuando conocieron al padre Segismundo Golian (1824-1885), un sacerdote devoto, predicador y confesor famoso, que les prestaba apoyo espiritual y les estuvo aconsejando a lo largo de la enfermedad de Vladislao. A medida que la enfermedad de su marido avanzaba, Eva comprendió, gracias a la dirección espiritual del padre Golian, que su situación no era tan infeliz como a ella le había parecido al principio. Por eso, más tarde supo afrontar la muerte de su esposo, que falleció a los 41 años en Cracovia, el día 14 de noviembre de 1855, acontecimiento que ella vivió con una firme fe y con una paz de espíritu increíbles. Su esposo fue enterrado en la residencia de la familia en Chrząstów.
4. La vocación
Después de la muerte de su marido, Eva se trasladó de Cracovia a Chrząstowo, donde vivió con su hermana Helena y su familia. Durante ese tiempo, procuraba profundizar y desarrollar su vida espiritual. Cada día dedicaba mucho tiempo a la oración, a la meditación, al examen de conciencia y a la lectura espiritual de libros ascéticos. A menudo hacía retiros espirituales. El Padre Golian era quien dirigía su vida interior, y por eso, mantenían correspondencia con regularidad, y de vez en cuando, quedaba con él para conversar.
A medida que iba profundizando su vida de oración y aumentaba su deseo de soledad, le resultaba cada vez más difícil conciliar las responsabilidades familiares y la vida social con las exigencias de la vida espiritual. Su deseo era entregarse completamente a Dios y servirle conforme a su voluntad. Durante este período, Eva leyó la biografía de Marie Teresa de Lamourous (1754-1836), que fue la fundadora de una Casa de Misericordia para muchachas y mujeres precisadas de una profunda renovación moral (prostitutas). Esta casa se fundó en Burdeos, Francia. Teresa se quedó profundamente impresionada con esa lectura, y quiso seguir los pasos de Teresa de Lamourous, poniendo en marcha una obra similar en Polonia. Con la ayuda del padre Golian y bajo su dirección, trataba de discernir la voluntad de Dios relacionada con dicho asunto. Reza – le escribió el padre Golian en una de sus cartas – para que Dios, con su gracia, nos revele lo que debemos hacer, para que nos muestre a qué misión te llama: ¿acaso será una casa para mujeres marginadas o una casa para la educación católica de niñas pobres? Yo más bien veo la primera opción… pero quiero que tú, a los pies de Jesucristo, hagas el discernimiento sobre qué será mejor, para mayor gloria de Dios, y qué será más conforme con tu vocación…
Finalmente, discernió que Dios la llamaba a ayudar a muchachas y mujeres que se prostituían, sin embargo, aún no estaba segura de cómo socorrerlas. Tenía la opción de ir a Laval (Francia), donde la Madre Teresa Rondeau (1793-1866) estaba al cargo la vida religiosa y la Casa de Misericordia que dirigía, o bien tenía la posibilidad de viajar a Lviv, para familiarizarse con los métodos de trabajo de las Hermanas de la Divina Providencia, cuyo trabajo estaba inspirado en el apostolado de la Casa de Misericordia de Laval.
En otoño de 1861, a pesar de la oposición de la familia, Eva decidió viajar a Laval. El padre Golian le aconsejó ir acompañada de dos de sus primeras discípulas: Tekla Kłobukowska, viuda de 51 años y su hija Antonina de 22 años. El padre Golian escribió una carta personalmente a Teresa Rondeau, en la que solicitaba la admisión de Eva y de sus dos acompañantes para un período de formación. Después de recibir una respuesta positiva de Laval, el 22 de septiembre de 1861, Eva también escribió una carta a la madre Rondeau presentando claramente las condiciones de su estancia en la Casa de Misericordia. Siguiendo el consejo de su director espiritual, en la carta solicitaba poder formarse en Laval como futura fundadora de una casa similar en Polonia, dejando claro que para su fundación quería destinar parte de su herencia.
El 10 de noviembre de 1861, Eva Potocka, de 47 años de edad, junto con Tekla y Antonina Kłobukowska viajaron a la Casa de la Misericordia, en Laval, donde la Madre Rondeau se hizo cargo personalmente de su formación. Durante aquel período de tiempo, las tres mujeres adquirían el espíritu de la vida religiosa, los métodos de trabajo apostólicos de la congregación, y las prácticas y normas de la Casa de Misericordia. Cada una de ellas hizo una copia a mano del primer proyecto de la Regla de 1858 (incompleto), que trajeron consigo a Polonia.
Después de ocho meses de formación, el 10 de julio de 1862, tuvo lugar la ceremonia de la toma de hábito. Fue entonces cuando recibieron el hábito y los nombres de vida religiosa: Eva, como la futura fundadora, recibió el nombre: madre María Magdalena Teresa, Tekla, se convirtió en la hermana María Monika Cunegunda, y Antonina sería a partir de entonces, la hermana María Rosa de Lima. El día de la ceremonia fue un momento alegre y memorable para la comunidad en Laval. Uno de los sacerdotes franceses presentes en la ceremonia escribió en su informe: Al ver a la princesa, la hermana María Magdalena Teresa, por última vez vestida con valiosos vestidos, como se dirigía majestuosamente a la buena Madre y se arrodillaba a sus pies, para pedirle humildemente el vestido de la pobreza, un mar de lágrimas se derramó en la capilla. Fue un día celestial para toda la obra de la misericordia. La toma de hábito de las tres polacas y los votos privados de la hermana Rosa no tenían ningún valor jurídico, porque no habían hecho el año de noviciado canónico en Laval, pero eran un signo externo de devoción al servicio de Dios y una expresión de deseo de fundar una congregación en Polonia.
El 16 de julio 1862, la Madre Teresa Potocka, junto con sus dos compañeras, emprendió el viaje de vuelta a Cracovia. En el camino se detuvieron en Nancy, Estrasburgo y Viena, donde se reunieron con Monseñor Capri para hablar de la fundación de la congregación en Polonia. En Cracovia, adonde llegaron el 26 de julio, se alojaron temporalmente en la casa de las hermanas dominicas, en Gródek.
5. Fundación de las Casas de Misericordia, en Varsovia y Cracovia
La madre Teresa se dio cuenta pronto de que tendría dificultades para fundar la Casa de Misericordia en Cracovia, porque el gobierno austriaco se oponía al establecimiento de nuevas congregaciones. En esta situación aceptó la propuesta de la asociación de las señoras de Varsovia, junto con la condesa Alexandra Potocka que dirigía la «Casa de Refugio y Cuidado de la Santísima Virgen María», y el arzobispo Zygmunt Feliński (1822-1895), quien la invitó a Varsovia para que fundara la Casa de Misericordia en esa ciudad. El 14 de octubre de 1862, la madre Teresa y sus dos acompañantes partieron de Cracovia. Una noche se detuvieron en Częstochowa, donde rezaron ante la imagen milagrosa de la Virgen de Częstochowa, confiándole su futura obra. Llegaron a Varsovia el 17 de octubre por la tarde y se alojaron en el Palacio de Wilanów hasta que finalizó la restauración de la propiedad en la calle Żytnia. El Padre Golian fue nombrado profesor de la Academia Teológica de Varsovia y también se mudó a Varsovia.
Como día de la inauguración de la Casa de Misericordia en Varsovia en la calle Żytnia, la madre Teresa escogió la fiesta de Todos los Santos, el 1 de noviembre de 1862. Ese día, el arzobispo Zygmunt Feliński celebró la primera misa en la capilla de las hermanas, decorada modestamente, durante la cual ordenó sacerdote a un joven diácono. Ese día fue considerado como fecha de fundación de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en Polonia.
En el momento de la apertura, la Casa de Misericordia en Varsovia, tenía 12 pupilas confiadas a la madre Teresa por la «Casa de Refugio y Cuidado de de la Santísima Virgen María» dirigida por la asociación de mujeres piadosas (entre otras la condesa Aleksandra Potocka) y luego por hermanas de San Félix y por hermanas de la congregación conocida como Familia de María, que no tenían experiencia en realizar este tipo de actividad. La madre Teresa comenzó a organizarlo todo sobre la base de la Constitución, las costumbres y los métodos de trabajo de la Casa de Misericordia de Francia, en Laval. Para la nueva congregación en territorio polaco adoptó también el nombre de Laval: las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia.
La Casa de Misericordia fue un refugio para muchachas y mujeres que tenían una mala reputación por haber llevado una vida moralmente desordenada, pero que por su propia voluntad querían reformar su vida. La principal tarea de las hermanas era mostrarles la riqueza de la misericordia de Dios y ayudarle a recuperar la dignidad perdida por la vida de pecado. El programa educativo se basaba en una combinación armoniosa de la oración con el trabajo, el cual proporcionaba no sólo el mantenimiento de la casa, sino que también preparaba para una determinada profesión. Las chicas aprendían a realizar los trabajos ordinarios de la casa, la costura y el bordado: de este modo se preparaban para llevar una vida digna en la sociedad.
La Casa de Misericordia en Varsovia, inició sus actividades bajo la solícita supervisión del arzobispo Feliński que satisfacía sus necesidades materiales y espirituales. Se aseguraba de que la comunidad tuviera misa diaria y para ello enviaba a los sacerdotes del Seminario. Al padre Zygmunt Golian le nombró confesor permanente en Casa de Misericordia.
Dos meses después de la fundación de la Casa de Misericordia, en la noche del 22 de enero de 1863, estalló el Levantamiento de Enero en Varsovia. Para la madre Potocka y la Casa de Misericordia sobrevino un período muy difícil. En junio de 1863, el arzobispo Felinski fue arrestado y sentenciado a 20 años de exilio en Rusia. Debido a la ola de confiscaciones de las congregaciones religiosas, la madre Potocka tuvo que tomar mayores precauciones para proteger la vida religiosa y las actividades apostólicas. También, pronto, la madre Teresa tuvo que enfrentarse a problemas financieros, ya que algunos benefactores resultaron ser poco fiables a la hora de apoyar su obra. Hubo momentos en los que tenía que confiar exclusivamente en los ingresos de su propiedad o de la limosna. A pesar de estas dificultades, la Casa de Misericordia, no sólo sobrevivió, sino que siguió creciendo aún más si cabe. Poco a poco fueron llegando no sólo pupilas nuevas, sino también hermanas dispuestas a llevar a cabo esta obra.
Cuando aumentaron las represiones contra las congregaciones religiosas, las autoridades zaristas limitaron el número de pupilas y personas que trabajaban con ellas, y el padre Golian tuvo que abandonar Varsovia después de la liquidación de la Academia Teológica de Varsovia. La madre Teresa comenzó a considerar la posibilidad de establecer la Casa de Misericordia en Cracovia, ya que las condiciones en la parte de Polonia anexionada por los austriacos eran mucho más favorables.
Después de muchos esfuerzos y gestiones, el 8 de mayo de 1868, la madre Potocka abrió la Casa de Misericordia en Cracovia. Para ello, alquiló un pequeño edificio cerca de la Iglesia de la Divina Misericordia en la calle Smoleńsk. Como primera priora nombró a la hermana Cunegunda Kłobukowska. También procuró el apoyo espiritual de los sacerdotes jesuitas que celebraban la misa diaria, confesaban, daban conferencias y organizaban retiros para las hermanas y mujeres marginadas bajo su tutela Desde agosto de 1868, en la Casa de Misericordia desempeñaba también su miniesterio sacerdotal el Padre Golian, que acababa de regresar a Cracovia.
La Casa de Misericordia en Cracovia se desarrollaba rápidamente, por lo que ya el 26 de julio de 1871 fue trasladada a un edificio más grande, en la esquina de la calle Straszewskiego y Zwierzyniecka, cuya benefactora principal era la señora Helclowa, viuda de un profesor de la Universidad Jagellónica. Sin embrago, con los años, esta casa resultó ser demasiado pequeña para el número creciente de hermanas y de mujeres marginadas, precisadas de una renovación moral. La ubicación de la casa, cerca de los humedales del río Vístula, fue la causa de la propagación que tuvo lugar de la fiebre tifoidea y la tuberculosis entre las hermanas y sus pupilas. Por otra parte, la señora Helclowa, que al comienzo se comprometió a donar a la Congregación el edificio en propiedad, retiró la promesa y reclamó a las hermanas la devolución del dinero. En esa delicada situación, las hermanas pidieron ayuda a San José que las socorrió en 1888, cuando el arzobispo Albin Dunajewski dio a la Congregación la donación del príncipe Alexander Lubomirski para la compra de la parcela destinada a la Casa de Misericordia en un pueblo cerca de Cracovia, en Łagiewniki. Las hermanas se mudaron a la nueva casa, que llamaron Józefów, en agosto de 1891. Eso fue ya después de la muerte de la madre Potocka.
6. Vicariato de la provincia polaca
Cuando ya funcionaban dos Casas de Misericordia (en Varsovia y Cracovia), donde el número de hermanas e internas penitentes era cada vez mayor, la Madre Potocka recibió de Laval la propuesta de unir la comunidad polaca a la Comunidad Francesa. La propuesta surgió por iniciativa de la Madre Superiora general de la comunidad en Laval, la madre Teresa de Jesús Manceau, sucesora de la Madre Rondeau, y tenía como fin hacer pasos que permitieran obtener la aprobación canónica de la Congregación por parte de la Santa Sede. La Madre Potocka, buscando el bien de la Congregación, aceptó la propuesta, aunque ello significaba la pérdida de autonomía de la Congregación en territorio polaco y la creación de un Vicariato dependiente de la Superiora General en Laval. Desde aquel momento, la Madre Potocka estuvo al cargo, como vicaria provincial del vicariato de la Provincia Polaca de la Congregación en Laval.
La unión de la comunidad polaca con la francesa tuvo lugar en 1878. Este evento fue de una gran importancia para la estructura organizativa de la Congregación. Las nuevas Constituciones, aprobadas por la Santa Sede, tenían como fin preservar el espíritu original de la Congregación, tanto en la comunidad francesa con en la polaca. La Madre Teresa, como Vicaria General, inició, de acuerdo con las indicaciones recibidas de Laval, la reorganización de las dos Casas de Misericordia existentes: primero la de Varsovia y luego la de Cracovia. En verano de 1879, y siguiendo el modelo del noviciado de Laval, fue constituido el noviciado en Varsovia. Antes de que se unieran ambas comunidades, la francesa y la polaca, la Madre Teresa estaba al cargo de las novicias. Ahora, esta responsabilidad fue confiada a la Hmna. Bernarda Tomicka, quien antes de emprender su nueva función como maestra de novicias, se trasladó a Laval, con el fin de prepararse bien, durante ocho meses, para poder desempeñar este deber. Más tarde, se convirtió en costumbre enviar a otras hermanas a Laval por un período de formación religiosa.
La Madre Teresa, libre de la responsabilidad de tener que llevar la formación, ya podía dedicarse plenamente a desempeñar los deberes relacionados con el vicariato general y ejercer el nuevo cargo de Superiora del convento de Varsovia. Convocaba regularmente los capítulos de la comunidad, daba conferencias a las hermanas profesas, dedicaba también tiempo a tener encuentros individuales con las hermanas, etc… Como ella misma decía, su mayor alegría era llevar las almas perdidas a Dios. Ella escribió: Si con mi trabajo pudiera salvar una sola alma para Dios, ya me vería recompensada con creces. ¿Acaso es poco salvar una sola alma? Este pensamiento me anima a trabajar, me da valor y fortaleza en medio de las mayores adversidades. Su gran celo por la salvación de las almas, le permitía aceptar con alegría y gratitud, todas las dificultades de la vida cotidiana. Como ella misma afirmó: Me hace tan feliz, que no siento el peso de la cruz, y estoy agradecido a Dios por todo.
Hacía grandes esfuerzos para inculcar en sus hijas espirituales el mismo espíritu de amor maternal y el celo por las almas, a todas las miembras de la Congregación. Exigía de ellas que aprendieran a negarse a sí mismas, con abnegación, para que pudieran acoger con amor a las pupilas internas penitentes que Dios les había encomendado y confiado bajo sus cuidados. Procuraba inculcar este tipo de disposición sobre todo en las hermanas más jóvenes, durante el período de formación religiosa. La falta de este espíritu era una razón suficiente para despedir a una hermana de la Congregación: Mi querida hermana – solía decir la Madre Teresa – si deseas seguir siendo miembro de esta Congregación, tienes que amar a las pobres almas. No debes tenerles miedo ni vergüenza. Si no estás de acuerdo conmigo, es mejor que tomes tus cosas y te vayas.
La Madre Teresa siempre trató de apoyar a las hermanas a lo largo de su camino vocacional y en el difícil trabajo en la Casa de Misericordia. Enseñaba y daba indicaciones para que las hermanas procuraran, sobre todo, su propia santidad, la unión con Dios y para que estuvieran dispuestas a hacer sacrificios por la salvación de las almas. Hermanas mías – les explicaba – nuestros hijos sabrán permanecer en la virtud y amarán el bien, en la medida en la que nosotras nos dejemos guiar por el espíritu de mortificación, la paciencia y la mansedumbre. Si somos fieles y obedientes a Dios, entonces ellos también cumplirán con sus deberes. Las concienciaba que lo más importante no era su talento natural, sino su amor a Dios y a las almas. No te preocupes, mi querida hermana – decía – si ves que no tienes talento natural. Trata de ser una verdadera esposa de Cristo, pero no sólo hacia el exterior, por el hecho de vestir hábito o por tener un nombre religioso. Hay que ser la esposa de Cristo en espíritu, llevando una vida virtuosa, vivida con amor por las almas, aun a costa de los mayores sacrificios.
La Madre Teresa sacaba fuerzas de la oración. Los momentos de acción de gracias después de la santa comunión eran para ella el momento más precioso del día. De Jesús en la Eucaristía aprendía el amor maternal para con las almas, el olvido de sí misma, para poder servir a los demás. La acción de gracias se convirtió en su oración favorita. Tenía la costumbre de agradecer a Dios por todo, tanto por las alegrías y como por las tristezas. Exhortaba a las hermanas a seguir su ejemplo mostrando gratitud a Dios especialmente en los tiempos de pruebas y en medio de las experiencias más difíciles. Mi niña – confesaba – al comienzo de la vida religiosa, muchas cosas me parecían muy difíciles, porque yo estaba acostumbrada a la comodidad, a tener una vida fácil. Ahora todo es para mí algo dulce y sencillo, y soy feliz, y creo que eso es así porque trato de dar gracias a Dios por todo. Haz lo mismo, querida hermana, y todo te resultará ser simple y dulce. Para inculcar en las pupilas y en las hermanas el espíritu de gratitud a Dios, la Madre Teresa introdujo la práctica anual de una “semana de acción de gracias” para cada una de las hermanas y de las internas penitentes; también las exhortaba a que rezaran frecuentemente en comunidad, la “Coronilla de la gratitud”, el “Magnificat” y el “Te Deum”.
7. Muerte en Wilanów
El ritmo de vida tan intenso que llevaba y el trabajo duro mermaron la salud de la Madre Teresa, que fue deteriorándose notablemente. Sufrió de muchas enfermedades. Sufría especialmente a causa del asma y de una insuficiencia cardiaca, pero llevaba la cruz con su actitud habitual de obediencia y gratitud a Dios.
El 29 de junio de 1881, aprovechando la invitación de la condesa Aleksandra Potocka, fue al palacio de Wilanow, para poder descansar y recobrar energías. Antes de su partida, se despidió de todos los residentes del convento de Varsovia, hermanas y pupilas, como si ya tuviera una premonición de que ya no los volvería a verlas. En el tercer día después de su llegada a Wilanów, de repente se sintió muy mal. Llamaron al médico, quien les dijo que su vida corría peligro. Esto alarmó a todas las hermanas de la comunidad de Varsovia. Cuando la hermana Aniela Popławska, que era la asistente de la Madre, se puso a llorar por verla en tan deplorable estado, la Madre respondió con gran serenidad: ¿Por qué se preocupa, hermana? Que sea lo que Dios quiera. Estoy lista para cualquier cosa que venga. Luego, aquella primera crisis pasó y la Madre Teresa se sentía nuevamente algo mejor. Podía incluso salir a la terraza y recibir a las hermanas que la venían a visitar. En la mañana del miércoles del 6 de julio de 1881, se pudo confesar y recibir la santa Comunión. Aquel mismo día, estaba jovial y bien dispuesta a conversar. Con la ayuda de la hermana Rafaela, bajaron al comedor para la comida. Cuando se sentó en la mesa, sintió un dolor repentino en el pecho. La ayudaron como pudieron, pero fue en vano. Ella falleció a las 12:30 horas, suplicando dos veces la asistencia de la Virgen María. Inmediatamente después de la muerte, su cuerpo fue trasladado a la iglesia de santa Anna, cerca del Palacio de Wilanow, y más tarde, a la capilla de la Congregación en la calle Żytnia, en Varsovia, donde las hermanas y las pupilas la velaban esperando el día del funeral, que tuvo lugar el sábado 9 de julio. El cortejo fúnebre, desfiló hacia el cementerio Powazki de Varsovia, al que asistieron numerosos sacerdotes, hermanas y pupilas, así como funcionarios públicos y miembros de la familia.
La Madre Teresa Potocka vivió 67 años, de los cuales 20 años los vivió en la Congregación que había fundado ella misma. En el momento de su muerte, en el convento de Varsovia, había 13 hermanas, en Cracovia, 10, y cerca de 120 internas penitentes en ambas casas.
En la homilía del funeral, el Padre Golian dijo: no la llamemos santa, porque sólo la Iglesia tiene derecho a otorgar este título. Sin embargo, que nuestros esfuerzos por llevar a cabo la labor por la que estuvo dispuesta a entregar su vida, ponga de manifiesto su santidad. Cuántas veces me dijo que al entregarse a esta obra, por fin consiguió comprender en qué consistía la felicidad. ¡Cuántas veces expresó su gratitud a Dios por haberle dado la gracia de la vocación religiosa! Aquella vocación que le había permitido estar al servicio del Señor en esa Congregación, y no en otra. Ahora, aunque nuestros corazones sangran de dolor, porque ella ya no está aquí con nosotros, si nos fijamos en su ejemplo, al leer sus cartas, agradeciendo a Dios por la gracia que hemos recibido a través de ella, nosotros y toda la Congregación, nos permita sacar fuerzas y estímulo para, con una profunda confianza, seguir viviendo fielmente nuestra vocación.
Hna. M. Saula Firer ISMM
Hna. M. Elżbieta Siepak ISMM
Traducción del polaco: Xavier Bordas Cornet