No creía en milagros
El testimonio de Maureen Digan
Estoy segura de que después de mi testimonio alquien de vosotros, si no todos, preguntará: ¿por qué ella y no yo o algún pariente mío? Bueno, yo misma me hago esta pregunta:¿por qué yo y no mi hijo, enfermo desde hace años?
A los 15 años me enfermé de lymphedema. Entre 15 y 20 años tuve 50 operaciones y tratamientos. Durante 10 años volvía continuamente al hospital, donde me hospitalizaban de una semana a 12 meses. Con 19 años me operaron de la columna vertebral y estuve paralizada durante dos años desde las caderas para abajo. A los 20 años tuve la primera amputación, pero como la enfermedad en el resto de la pierna se hizo muy grave, me la amputaron hasta la cadera.
Mi marido Bob, persona de gran fe y oración, sintió que debía llevar a su familia, a mí y a nuestro hijo enfermo, a Polonia. Con este propósito fue a Eden Hill de Stockbridge [atualmente el santuario nacional de la Divina Misericordia de los Estados Unidos] y habló con el padre Serafín Michalenko, pidiendo que nos acompañara en el viaje a Polonia. El padre Serafín que se dedicaba a los asuntos de Sor Faustina en Estados Unidos, recibió el consentimiento de sus superiores y salimos hacia Cracovia.
El 28 de marzo de 1981 me confesé en Cracovia. Fue, tal vez, la primera buena confesión desde hacía muchos, muchos años. Me sentí más cerca del Señor Jesús y de Sor Faustina, pero todavía no del todo. Aquella misma tarde del 28 de marzo, orábamos junto a la tumba de Sor Faustina, pidiendo especialmente la curación. Permaneciendo todo el tiempo en esa disposición de desconfianza, le dije a Sor Faustina: Está bien, Sor Faustina, haz algo con esto. Y de repente el dolor desapareció y la tumefacción remitió. Como no creía en milagros, pensé que era el efecto del desarreglo de los nervios. Rellené el zapato con una servilleta para que nadie notara que la pierna no estaba hinchada. Al mismo tiempo dejé de tomar medicamentos. Desde aquel momento mi enfermedad remitió totalmente. Visité a cuatro médicos diferentes que me dijeron que la enfermedad era incurable, sin reemisiones y no había medicamento para tratarla.
El Señor elige a quien quiere. Le doy las gracias de todo corazón por mi sanación que servirá para la beatificación de Sor Faustina. Es verdadero lo que leemos en el Diario: “Cuanto mayor es la miseria tanto más derecho tiene a mi misericordia”.
Reimpreso de: “El Mensaje de la Misericordia”, 13 (1992).
Traducción al español – Ewa Bylicka